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Disquisiciones lingüísticas

  Me gusta el idioma. Para mí, que nunca salí del país, que ni pasaporte tengo, el idioma es un universo que me propuse conocer en todos sus rincones. Cada palabra incorporada es y fue un sello de visita en esa recorrida por los confines de la lengua. Desde ahí, y al querer también explorar las infinitas combinaciones en que juegan las palabras y se estructura el pensamiento, la llegada a la lectura era un sólo paso inevitable.  En mi casa había una biblioteca. Como todas, tenía libros propios de mis viejos y otros libros heredados. Las bibliotecas son países aluvionales, abiertas a la inmigración extranjera, donde todos los libros conviven en armonía, lidiando por darse un color de identidad, muchas veces sin encontrarlo.  Me levantaba en patas, después de haber terminado alguno de la colección Robin Hood o la Billiken, viendo qué otro mundo podía conocer. En esa biblioteca tenía varios montes Everest que me gritaban desde prosas impenetrables que todavía no estaba listo para

Una cátedra sobre el amor

con los dedos en ve

Y llegué a los 50

EL EFECTO MARIPOSA

Miel y mayonesa

La fiesta, la contrafiesta

El bolude que usa todes

Vos bien?

El querido invierno en el infierno

Mensaje (extraoficial y supernumerario) de la runfla

Apología del gato