Apología del gato



  Yo era como usted, también miraba con cierta apenada extrañeza a los amantes de los gatos. Locos, locas, enfermos de soledad, rendidores de pleitesía a esos bichos peludos, alergénicos y apáticos; me reía de esos patéticos inventores de atributos para estos -a fin de cuentas- meros animales que se reproducen como plaga y asoman por paredones.   






 Ahora pertenezco a los otros. 

Adopciones

  Un día nos trajimos a Chaplín (por un rato se llamó Silvestre, pero lo rebautizamos Chaplín, así con acento en la í, porque parecía llevar traje con chaleco negro y pechera blanca, y porque justo estábamos viendo películas del genio), lo trajimos en una caja de zapatos, en el viaje en remis más tortuoso que yo recuerde. Lo acepté porque antes lo había aceptado de manera teórica, en un tren de hipótesis que no iba a salirse nunca de la estación. Pero los gatos nacen, y este bicho negro bellísimo necesitaba un hogar, porque "Valen ya tiene muchos y ahora está viviendo en la casa de sus abuelos" y entonces mi aceptación previa se la dio contra el hecho-gato-concreto, contra su materialidad maullante, de adónde carajo me llevan.

   Otro día, ya en este gobierno de mierda, Natalia hizo una colecta en la oficina. Alguien había rescatado una gatita medio muerta, porque otro alguien le había dado una patada y la había dejado tirada con las tripas para fuera. La chica rescatista no tenía plata para pagar la veterinaria, y entonces la ofrecía por las redes a quien pudiera hacerse cargo. Y mi chica no pudo con su genio progatuno y se la trajo, primero a la ofi y después a mi casa, porque así convaleciente no convenía una convivencia con sus otros hijos bigotudos, apoderados de su respectiva vivienda. La llamamos Zamba, en homenaje a una Zamba suya anterior que alguien, también, molió a palos. Como Lisa y sus Bola de Nieve, ésta sería Zamba II.  Al final se quedó a vivir acá (siempre sospeché que era la idea desde el principio), algo que agradezco tanto.

  Chaplín estudió a Zamba por dos días, de lejos, desde las antípodas del departamento, tratando de entender de qué iba ese pequeño ser que empezaba a salir del post operatorio para comer de su plato y mear en sus piedras. Hoy se lamen, se corren, pelean y duermen juntos. Y nada más. Porque Chaplín fue castrado después de haberse tirado del tercer piso dos veces en busca de ponerla; ahora es un Inmaculado.

Apología del gato

 Nada de lo que pueda decir será original o nuevo, pero lo voy a decir igual, aunque el amor se explica solo.

  Es su independencia, su singularidad, su honestidad afectiva, su búsqueda pertinaz del placer, su indiferencia, la falta de etiqueta, su egoísmo devenido en mutualismo, su culto incompartido al sol, una perfecta fotogenia que me es ajena, esa mirada pretendidamente profunda, la suavidad de sus pelos, su instinto cazador, instinto resistente a milenios de comida asegurada; el imperio de sí mismos, su amor por las cajas y por divertirse, mientras trato de hacer la cama sin que me rompan las pelotas.

 Con amor o con familia, pienso que en el fondo todos estamos solos y contemplando nuestra profundidad. Los perros no lo entienden tan bien como los gatos, los perros se empeñan en que seamos sus compañeros de equipo, como si una maestra por sobre nuestras especies nos encargara un trabajo de a dos. Con vos, con vos, vos y yo, parecen decir los perros a los saltos. Los gatos no, ellos proponen que cada uno haga su parte y que después las juntemos, a la hora de dormir o a la hora de ver la tele, más que nada porque tengo frío. 

Y uno sospecha que siempre llevan ventaja, pero se rinde, se rinde y comparte el calor y los acaricia, 
porque los gatos son los seres que a los humanos no nos dejan ser desde que nos meten a una escuela.


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El rinoceronte, de Eugene Ionesco (fragmento del monólogo de Berenguer)

"Berenguer: (…) No hay otra solución que convencerlos… ¿Convencerlos de qué? Y las mutaciones, ¿son reversibles? Sería un trabajo de Hércules, por encima de mis fuerzas. En primer lugar, para convencerlos, es menester hablarles. Para hablarles, tengo que aprender su lengua… O que ellos aprendan la mía. Pero, ¿qué lengua hablo yo? ¿Qué lengua es la mía? ¿Es español esto? ¡Sí, debe de ser español! Pero, ¿qué es el español? Puede llamarse a esto español, si se quiere, nadie puede negarlo, yo soy el único que lo habla. ¿Qué estoy diciendo? ¿Me comprendo, es que me comprendo? Y, como decía Daisy, ¿serán ellos los que tienen razón? (…) ¡Estuve en un error! ¡Ay, quisiera ser como ellos! ¡No tengo cuerno, ay de mí! ¡Qué fea es una frente lisa! Me haría falta uno… o dos para realzar estas facciones fofas. Puede que me broten, y entonces no me sentiré avergonzado, podré ir a reunirme con todos ellos. (...) Me remuerde la conciencia, hubiera debido seguirlos a tiempo. ¡Ahora ya es demasiado tarde! ¡Ay de mí, soy un monstruo, soy un monstruo! ¡Ay, nunca llegaré a ser rinoceronte, nunca! Ya no puedo cambiar. (…) ¡Pobre del que quiere conservar su originalidad!"

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