Disquisiciones lingüísticas


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Me gusta el idioma. Para mí, que nunca salí del país, que ni pasaporte tengo, el idioma es un universo que me propuse conocer en todos sus rincones. Cada palabra incorporada es y fue un sello de visita en esa recorrida por los confines de la lengua. Desde ahí, y al querer también explorar las infinitas combinaciones en que juegan las palabras y se estructura el pensamiento, la llegada a la lectura era un sólo paso inevitable.
 En mi casa había una biblioteca. Como todas, tenía libros propios de mis viejos y otros libros heredados. Las bibliotecas son países aluvionales, abiertas a la inmigración extranjera, donde todos los libros conviven en armonía, lidiando por darse un color de identidad, muchas veces sin encontrarlo.
 Me levantaba en patas, después de haber terminado alguno de la colección Robin Hood o la Billiken, viendo qué otro mundo podía conocer. En esa biblioteca tenía varios montes Everest que me gritaban desde prosas impenetrables que todavía no estaba listo para escalarlos. Eran "El mundo como voluntad y representación", de Schopenhauer, cierto libro de filosofía de Teilhard de Chardin y la "Critica de la razón pura" de Kant. Era deprimente, algunos territorios me negaban la visa, pero yo lo intentaba una y otra vez. Pero terminaba agarrando un número de la Colección Salvat con maestros del arte universal. O un Condorito que ya había leído.
  Pero seguí con esas prácticas de lecturas extremas. A los 14 o 15 me compraba la vieja revista Crisis, con textos que me agotaban tratando de comprenderlos. Por ese tiempo empecé a escribir un diccionario con palabras que iba adquiriendo. Ni siquiera para usarlas, creo que eran otros sellos que testificaban que había llegado a cierto lugar donde avisté algunos animales raros de la lengua.
 Pero sí me puse a usarlas. Aprendí Periodismo para eso; escribí cuentos, poemas pedorros, cositas aburridas de teatro. Más tarde llegaría este blog y después las redes sociales.
  A veces uso las palabras raras, como quien mete un pez extraño para mostrarlo en la pecera. Lo hago para quien sea como yo, le dibujo un territorio donde planto algún término que le va justo, a sabiendas de que no se lo reconoce a primera vista. Y para no pasar por presuntuoso, instintivamente escribo cerca la palabra culo o la palabra boludo. Pero tal vez alguien esté coleccionando lo mismo del otro lado, es un tráfico con disimulo de fauna exótica. 
 Un tipo que hace lo mismo, es el mejor periodista de la Argentina, el Perro Verbitsky. Es el mejor generador de contenidos, pero tiene la contra de forzar cierto alpinismo. El otro día me puso a buscar canonjía, hoy su bicho fue estólido.
 Ni en Página ni en El Cohete a la Luna fue fácil terminar de leer al Perro. Te marea con datos, te extravía con oraciones subordinadas, te manda una ventisca de nombres que uno se culpa por no haber retenido. Me genera esos pedos de comprensión que me ha provocado Dostoievski. ¿Y éste quién carajo era?, y vuelta atrás varias páginas para ver cuándo un personaje cambió nombre por apodo. Es cansador.
  Lo que últimamente me vengo preguntando es si ser un buen periodista es forzosamente ser un buen comunicador. Creo que no. Porque podés estar revelando la trama secreta que hace mover al mundo, pero si la terminan de leer 4, y sólo 2 la terminan de entender...la trama se puede quedar muy tranquila.
 Y de allí voy a una pregunta más general: ¿todo es comunicable? Está la famosa (y tal vez inventada) anécdota de Einstein. Dicen que estaba explicando la Teoría de la Relatividad General ante un auditorio neófito. Al terminar preguntó si la habían entendido. No la habían entendido. La explica de vuelta, simplificada. Siguen sin cazar un fulbo. La explica de una manera cuasi infantil, como si en la platea estuviera Fantino. Vuelve a preguntar, ¿ahora sí la entienden? Todos responden que sí. Y Einstein remata: Bueno, ya no es la teoría de la relatividad.

  Dilemas que me parecen válidos ahora que más o menos coincidimos en que el gobierno está fallando en la comunicación. ¿Habrá una manera infalible? ¿Habrá una accesible para todes. una que permita que la repliquemos en las colas de los bancos? Tiendo a creer que no, que la realidad es a veces tan inextricable para quienes llevan la obligación de modificarla, que se vuelve inefable para el discurso de llegada a tontaínos como nosotros, que apenas vemos a ras del terreno.

  Aplica también para la docencia. A veces es tanto lo que deberían saber, que obtura la capacidad de enseñar. Yo opto por esta imagen: les tiro con un lanzallamas, con la esperanza que algune quede en piloto, para que un día decida por propia voluntad ponerse a su vez al máximo.

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