con los dedos en ve

Yo no quiero un abogado que me prometa la libertad,
porque sé la gravedad del delito del que se me acusa:
Portación de derechos, para consumo personal y para su tráfico,
en concurso real con apología del estado.

Tuve un boga socialdemócrata que le daba, con lágrimas en los ojos, la razón el fiscal.
Tuve un defensor neoliberal que pidió que me aumentaran la pena.
Uno que vino del trotskismo dio un largo discurso, pidió un minuto de silencio por unos muertos, argumentó por todos los presos pero se olvidó de mí.
El radical, que se sentó de aquél lado todo el tiempo.
 A mí me conviene, como a todos los humildes de la tierra, que me defienda un o una peronista. Me costó entenderlo.
 No sólo porque desde ahí se cultivaron buena parte de los derechos con los que me agarraron, sino porque el peronismo sabe lidiar con estos tribunales, en verdad no los combate, pero les hace frente. Me defiende a mí, y al mismo tiempo se empeña en campañas para despenalizar la posesión de todos los derechos.
 Y por más que me manden para adentro, este boga se cae con un paquete de puchos o una tele, que ni sabía que andaba precisando.

 Yo no sueño con la plena libertad, el mundo entero es una cárcel para el que se hace adicto a los derechos. Nos acorralan, nos muestran el chino al que deberíamos parecernos, desandar esa mierda nos va a costar un montón; yo sueño -al menos- con que paren las torturas.
Como esa de volverme culpable de todo lo que no pude o no pueda conseguir.

Pero ahora que entendí que había que ser peronista, veo por todos lados a gente que ya lo era, pero ahora o lo entiende de otra forma o se le olvida de a ratos cierto temita de la correlación de fuerzas. Repitieron que –como decía el general- "el rancho se construye tanto con barro como con bosta", pero ahora que se construyó, a los dos minutos preguntan si no sentimos un poco de olor a bosta. Sabían que venía un nuevo gobierno a caminar sobre tierra arrasada, pero se quejan de que no se estén sembrando flores. Ta que los parió.

Hagan lo que quieran con su sentido crítico, muchas veces preferiría que se lo metan en el culo.

Después de venir de a ratos de visita, decidí quedarme a vivir en el peronismo para no pensar. Que se entienda, no digo que el peronismo sea un sentimiento, una cosa irracional y no pensante. Hablo por mí, yo pensaba demasiado, yo siempre creía que nos querían cagar, que era mi obligación estar todo el día meta cuestionar, porque detrás de los derechos creía que se escondía una trampa, una revolución postergada con engaños, unas metas de máxima que podrían alcanzarse de no ser por las pelotas, las muñecas y las máquinas de coser.
Pero un día vi que el mundo estaba, por todos lados, vacío de pelotas,  de muñecas y  de máquinas de coser. Y que también faltaban aguinaldos, vacaciones pagas, fueros laborales, derechos para las sirvientas y para peones rurales. Entonces, qué impedía que se alzasen allí las banderas rojas, que cada país africano se convierta en Cuba, qué era lo que allí retrasaba la conciencia popular. Nada, sólo eran cárceles construidas por el capitalismo depredador, todas muchos peores que la prisión Argentina, sin abogados peronistas.

  Y creo que eso - lo entendí muy tarde (pero tal vez no demasiado)- llevó a tantos compañeros a inmolarse en el patio de los asesinos, enseñando a leer en medio del barro, creando conciencia allí donde no convenía, o defendiendo a los indefendibles. Esa idea, de que más allá de las contradicciones, más allá de los desacuerdos y hasta de los tiros, había una idea común, una idea sostenida con espíritu de colmena, esa idea tan sucia como noble llamada peronismo, un Perón más grande que Perón.

Sólo pido, compañeros, que me avisen con tiempo para cantar la marcha, porque si no tomo un poco de vino me sale como fingida. Pero juro que no lo es, acá sostengo una banderita, sin pedir que me quieran o que me saquen ya mismo de la pobreza, o de esta cárcel que no merezco.

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