El querido invierno en el infierno


Soy de los que reivindican el frío, uno más del tan vapuleado winter team. En verdad no es tanto eso, es que sufro demasiado el calor. Me angustian de verdad los pronósticos que en verano auguran temperaturas que superan los 30 grados. Porque nunca fui amante del sol (mi piel es de un blanco teta-de monja-sueca; el astro rey me odia), y en consecuencia detesto la playa (y el sistema humano que allí se vuelca), y – sobre todas las cosas- porque mi departamento es como un horno pizzero, junta calor durante el todo el día que me hace la vida imposible. En cambio al frío te lo sobrellevo. Me parece que empuja a la introspección, lo contrario a la banalidad del verano. Me gusta la ropa para frío, me gusta el viento, me gusta la comida de olla, me gusta envolverme en frazadas…

Y... un hombre en situación de calle se murió de frío. 

Se murió de abandono, de exclusión, de neoliberalismo al estilo Macri.

Entonces queda mal decir que el frío es lindo.

Porque las redes convierten a las personas en seres unidimensionales que nunca descansan de su conciencia social. 

Cómo vas a reivindicar el frío, cómo te va a gustar, si la garrafa aumentó 124% en el último año, si hay gente que se congela por las calles, si el hambre, si las tarifas, cómo vas a desear que nieve.

No está bien sentirse a gusto con una faquin estación del año, porque eso es renunciar al bienestar general, y eso es hacerle el juego a la derecha.

 De hecho empezaste a leer esta nota masticando un comentario que vas (o ibas) a dejarme respecto de Sergio Zacarías. Pero a mí también me llora el corazón, gracias por pensar en catequizarme respecto de pensar en los demás, te juro que sacando ésto no pienso en otra cosa.

 En los 90’s, y desde abril de 1991 para ser exacto, había que decir al aire que la Convertibilidad, que la Reforma del Estado y sus privatizaciones iban a traer el desastre que les estalló en la cara a todes una década después. A eso me dediqué.  A la gente le gustaba que se ganara en eficiencia, que las góndolas se llenen de coloridos productos importados, que por fin llegara el McDonalds. Las consecuencias fueron elocuentes; pero había que comerse las puteadas de los modernistas, así como el desprecio de una enorme mayoría del periodismo marplatense que bailaba al son for ever oficialista de La Capital.

No obstante, quien suscribe, gozaba (entre programa y programa) de un riquísimo aderezo para ensaladas de la marca Paul Newman. Perdón por aquéllo, no sé a cuántos desempleé.

 Lo que quiero decir es que no hay militancia sin descanso, muchaches.

 Cierta vez organizamos una charla con una excelente pluma de Página 12, José María Pasquini Durán. El tipo contó una historia de Chile. Había un penal adonde el régimen pinochetista alojaba a las presas políticas, a las militantes que no asesinó o exilió. Allí había muchas guerrilleras del Frente Manuel Rodríguez. Tan orgánicas como organizadas, las chicas dirimían sus asuntos de convivencia carcelaria en metódicas asambleas de participación obligatoria. Una vez surgió el tema de lo mucho que se tardaban algunas compañeras al usar el baño. Después de indagar un poco, una militante levantó tímida la mano. Presa de una gran vergüenza, la chica, ese cuadro inquebrantable,  confesó que se encerraba en el baño (un encierro al cuadrado) para leer… unas revistas Cosmopolitan que andaban por allí. Eran sus momentos para la evasión. 

En palabras de Libertad, el personaje trosko de Mafalda, un escapismo de vainilla.

 Así que pido perdón por mi propia fuga, por este somero refugio hedonista, esta idiota preferencia por el frío y sus paliativos.

El modelo me duele parejo, por momentos no puedo más. Veo gente llorando en televisión, veo legiones crecientes de desemplados, veo miles de hijos de la mierda celebrando y prefiriendo esta debacle generalizada antes que gobiernen los peronistas. Bruxo despierto, fumo por demás, tomo café y me clavo un clona cuando ya no aguanto, trago puteadas, se me encrespan las manos.
Vivo con el corazón estrujado.

 Así que no me rompas las pelotas si disfruto que al menos no es verano, si me ilusiono con ver caer la nieve prometida. 
Tampoco me consueles, ya lo hago por mí, 
caminando entre el viento, con las manos en los bolsillos, 
soñando con hogueras que prendan fuego todo.

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