Y llegué a los 50





Últimamente tomo con los gatos pequeñas lecciones para ser. Y no es otro panegírico gatuno, si tuviera un perro o una paloma, supongo que me enseñarían igual. Tal vez ellos, los gatos, campeones del hedonismo y del estar o no estar ahí, sean más enfáticos. La gata, ahora que el año empieza a frenar, me encuentra acá, se me sube, me pone las manitos en el pecho y echa su cuerpo encima de ellas con los ojos cerrados, con gesto de infinito. No tenemos que hacer nada, no hagas nada, no te levantes, no te estires a buscar el teléfono, enfocate en este instante que no va a repetirse. Y finjo entender aunque sepa que me levanto pidiendo perdón por estropear la clase de zen gatuno, que me levanto, que tomo café, que me pongo las zapatillas, que me voy y vaya a saberse cuándo vuelvo. Ellos (Chaplin y Zamba) lo van a volver a intentar, es su vocación docente.

-Los gatos tienen la intención de enseñarnos que no todo en la naturaleza tiene un propósito.-Garrison Keillor.

Encontré esta frase cuando buscaba una, de algún escritor, que decía más o menos: la única diferencia entre mi gato y yo es que el gato no sabe que se va a morir.

Yo todavía vivo. Hoy llego a los 50, y todo el año estuve tomando el asunto como si fuera una gran hazaña. Y un poco sí, logré cruzar la línea de los 49 que fue el récord que impuso papá. Hoy puedo decir que soy más grande que él. Lo del viejo (ahora por siempre más joven) fue tan repentino, tan inesperado, que pensé que así estaba escrito, que 49 era lo que se duraba.

Llego hasta 50 y es tan raro, porque no tengo la sensación de tener edad, aunque así lo diga la aritmética. No me hago cargo de lo que debería hacerme cargo, de lo que algunos consideran propio de haber crecido. No tengo, guita, no tengo ambición, porque nunca creí que el éxito fuese por ahí. Atesorar, capitalizarse, juntar materialidad que un día dejar en herencia. Para que ese día incierto a mis hijas les resulte más fácil emprender ese camino de hormigas juntando hojas.

Pero no, la vida no es fácil. Ojalá pudieramos juntar el material que le resuelva cosas a nuestra descendencia. Muchos creen hacerlo, te dejo una casa, dos casas, el departamento del fondo, te dejo el auto, guita en el banco. Porque ser es tener. Y vivir es otra cosa, que no quiero definir porque es al pedo, porque las experiencias apenas alcanzan para uno, si es que uno se pone a mirarlas y las sabe leer con alguna objetividad. Y porque tal vez mañana sea otra cosa.

Soy campeón del sentido trágico de la vida. Pero creo que por eso mismo le veo el lado gracioso, que también está, en todo. Empezando por ese afán ridículo de trascendencia, de ser recordados, de poseer cosas o personas, de ganarle la carrera al tiempo, a la gravedad y  al oxígeno que nos corrompe. Y me río de mí cuando juego el juego solamente por jugar, por llevarme la medalla por haber participado.

 Algunas cosas gané. Tengo dos hijas (y me quedo mirando esa conjugación del verbo tener al principio de la frase), dos bellas personas que están en el mundo con media responsabilidad genética de mi parte (haciendo cuentas, entre ambas mitades, yo hice a una persona entera. Malísimo pensamiento). Cuando digo que en parte las hice yo, digo mi biología, y digo también alguna idea acerca de qué va la cosa, que habré sembrado por didáctico o por el simple hecho de haber estado vivo ante sus ojos, con mis virtudes y defectos. Dos chicas para las que tal vez no sea necesario ahora de la misma forma, para las que ya no represento obras de títeres con sus peluches. Ahora el telón cayó y queda este tipo que las ama, a veces sin poder manifestar cuánto, algo que se contradice con el hecho de ser un comunicador al que le gustan las palabras. Pero uno es lo que dice y es lo que hace, y un día el superhéroe de la foto, el que sostenía puentes de troncos desde abajo, el que sostenía el equilibrio de la bici, se va a haciendo más pequeño y distante, más falible, más dramática y comunmente humano. Yo las veo crecer, aún cuando no las vea, las veo lidiar con las alas nuevas y con las inclemencias que a veces tiene el tiempo. Quiero gritarles que acá lo que importa es ser felices, cambiando de camino las veces que haga falta, o siguiendo por el que elijan, aunque el mundo entero proteste. Quiero gritarles que la felicidad no se manifiesta tan grande como se espera, que es un archipiélago de pequeñas cosas a las que no prestamos atención. Pero no soy el primero en llegar a esa conclusión, porque tal vez no haya otra conclusión a la que llegar, después de chocarse una cantidad de veces contra las piedras de ese camino, después de comprobar la torpeza de los propios pasos.

Cincuenta. Cuando cumplí 40 me hicieron una fiesta sorpresa. Ahí, alguien me anticipó que sería la década en que descubriría el inmenso poder oculto de la palabra NO, así como la necesidad imperiosa de decir que SI. Ahora parece no significar gran cosa, pero esa persona tuvo razón. No sé qué deparan las cinco décadas, pero creo que estoy mucho más preparado para mandar a la gente a cagar.

Porque de repente el tiempo me parece escaso. O no, y eso me desconcierta. Mucha más gente vive hasta los 100, ¿recién iré por la mitad? Me canso de nada más pensarlo. Porque laburo desde los 13, porque ya pasé por demasiadas, porque no pocas veces -como escribió Soriano- me canso de llevarme puesto.

Como sea por aquí ando, aprendiendo a vivir. Me enseñan los gatos que miran al sol, me enseña la espalda de Natalia cuando se queda dormida y la sigo acariciando, creyendo inconscientemente que se carga de mimos como su celular. Me enseña mi propia manía de aprenderlo todo, que es mi única ambición verdadera, con lo que atesoro eso que nadie desea ni puede quitarme, y que tampoco sirve, como no sirven las colecciones de nada, pero a quién le importa.

No espero nada, por eso tengo mucha ganancia. Mi riqueza es como la de Facundo Cabral: soy rico porque deseo pocas cosas, y las pocas cosas que deseo, las deseo poco.

Quién pudiera desandar rumbos equivocados, enmendar todos los errores, quedarse en las fiestas de las que nos fuimos volando, llorar las lágrimas que esquivamos de puro boludos, dar portazos donde dejamos puertas abiertas, valorar en su día lo que perdimos hoy, decirle al amigo que se lo quería, entrar ese perro que tenía fobia a las tormentas, parar cuando corrimos, seguir de largo donde nos quedamos, entender antes lo que nos llevó toda la vida. 

Pero venimos al mundo sin instrucciones, sin un puto prospecto que nos hable de las posologías, las contraindicaciones y los efectos secundarios. Lo nuestro es improvisar, confiando en que nuestra buena voluntad se explique sola, en que se entienda que en cada día somos la mejor versión de nosotros que pudimos lograr.

¿Cumpleaños feliz? Cumpleaños feliz, en mi versión rebuscada de las cosas, en mi tendencia a complicar lo simple, como trata de quitarme ahora la gata sobre mi pecho.

Gracias por leerme


Comentarios

Tomás ha dicho que…
Buenas noches, lagrimeé hacia el final. Abrazos fuertes. :)