El bolude que usa todes
Mensaje
a la comunidad. Al que no le guste que meche de vez en cuando
lenguaje inclusivo, haría bien en retirarse. Porque, viste, de algún modo esta es
mi casa virtual, así que no seré yo el que se vaya. Te molestan los
gatos, te dan alergia?, juira, es su casa también, no la tuya. Ese
cuadro en la pared te desagrada, ahí va a quedarse colgado, tomá tu
campera o cerrá los ojos, saltá por la ventana.
Por
eso yo no voy en tren, voy en avión, no necesito a nadie alrededor.
Voy
a votar al Frente, pero yo no soy el frente, ni un frente distinto
embonado en un frente más grande; seré votante pero no votado. Ni mi muro es una asamblea, ni
rigen acá democracias, autocracias, monarquías ni estatutos del peón.
Esta
es una cuenta más, que incluye mi nombre sin diéresis y mi foto en un redondel.
Acá
voy a usar lenguaje inclusivo cuando me salga de los cojones. También voy a
inventar neologismos, voy a usar el signo de admiración al estilo
yanqui, e incluir palabras que no conoce ni magoya.
Sabe
usted por qué? Primero, porque quiero. Pero aún más importante,
porque
puedo.
Acaso
no nos demos cuenta, pero el poder y el no poder está siempre
atravesándonos, en todo lo que hacemos.
Queremos
cambiar el mundo, pero el mundo se empeña en machacarnos con que
carecemos del poder para cambiar sus reglas del juego. Por eso
fracasamos todas las revoluciones en el café y a nivel intracraneal;
sea como sea que imaginemos el algoritmo revolucionario, perdemos, y cada hipotética salida del laberinto parece meternos más.
Y
ni siquiera hace falta soñar en términos de revolución para fracasar.
También fracasan nuestras pulsiones más básicas, nuestros bajos
instintos, nuestros deseos profundos. Como las venganzas más lógicas que merecerían les
canalles. O no deberíamos decapitar a un par, o no amerita la
ministra la misma bala que conjura para el morochito de espaldas, o no nos sobran los motivos para anhelar que esté en el epicentro tal o cual cuando dinamiten la villa. Todo el tiempo nos ponemos los zapatos del sosiego
y de la resignación, porque hemos entregado nuestro pedazo de libertad para
vivir en sociedad, hemos renunciado a nuestra violencia salvaje para
darnos un estado que nos cuide de nosotros. Pero la cosa no va bien, no era en pos de tolerar
tantas injusticias que abandonamos el garrote. Y la tortilla no se
vuelve, los ricos comen pan, los pobres mierda mierda.
Y el
idioma es también el sitio normativo donde hay que ir (dicen) como un rebaño,
que oprime libertades a cambio del dizque bien de entendernos, la cosa comunicacional donde
se trasuntan las otras cosas que definen el poder.
Ni
siquiera sé si es el lenguaje inclusivo lo que va a derrotar el
patriarcado, al binarismo sexual y a la opresión sobre las
identidades. Me chupa un huevo. Como tampoco me importa si en unos años
Facebook me recuerda un texto propio y a mí mismo me parece, en
inclusivo, un lenguaje ridículo. Será un riesgo que deberé correr. El riesgo que siempre lleva expresarse, o estar vivo significativamente.
Podés
leer de corrido el Martín Fierro de José Hernández, ese monumental
poema que recoge desde el lenguaje literario el dialecto gauchesco
(pero que a la vez le da forma desde su difusión en las pulperías), podés entender a Tolkien y su idioma, podés entender el argot de La
naranja mecánica de Burgess, ah pero te hace un ruido insoportable
que yo u otro bolude diga todes. Chupate una naranja.
Banco
y bancaré siempre lo subversivo, lo que meta un palo en la rueda de
lo establecido, la uña que rasguñe el pizarrón.
Uso
ciertas palabras porque quiero y puedo.
El
lenguaje responderá a las convenciones y a las normas y a la real
academia, pero el vocabulario y el habla son personales. Quien no entienda, quien no me entienda o no me banque puede irse por donde vino, a la bosta. Y todo bien, esta no es una casa de
verdad, esta no es la sociedad de verdad, esto es un simple remedo de
sociedad con fines mayormente egocéntricos o para adoptar gatitos. Todos somos aquí un poco de
todo, escritores, fotógrafos, militantes, pero a la vez no somos
nada de eso, ni siquiera amigos.
Se
cuestionan las palabras que se eligen con la misma enjundia indignada
con que se critican los tatuajes. Te tatuás Marta y no sabés si vas
a amar a Marta para siempre, te tatuás a Patricio Rey los Redonditos
de Ricota y por ahí un día la banda se separa, no sabés.
Dejen en paz, dejen
de calcular lo que quedará del diseño cuando se les afloje el
pellejo, los trabajos a los que no van a poder entrar por tener tal o
cual dibujo metido en la piel. Permitan que cada quien se imprima en el
cuerpo, en el instante que lo desee, lo que le resulte significativo
y trascendente. Dejen que los demás porten el testimonio de sí mismos que quieran conservar,
Yo
no tengo tatuajes. Yo llevo las palabras que se me antojan, las que
colecciono, con las que juego.
Al que no le guste que se tome el
palo. Putes.
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