Tanito
Hay un señor de mi barrio que me da lástima. Qué sentimiento ambiguo ese, aunque más bien se tiene a la lástima como una de las formas del desprecio. Te tengo lástima, me das lástima, sólo siento lástima por vos. Pero yo no desprecio a ese señor, no lo menoscabo, no le quito ninguna dignidad. Sólo me embarga cierta tristeza al verlo, me da lástima.
Hoy es otoño y a las cuatro de la tarde esperaba yo el 591, que según la app iba a llegar en cinco minutos. Y venía el hombre, bajando la cuesta, proyectando por delante una sombra larga.
No sé nada de él, y a la vez algo sé, es un petiso de la baja italia. Hay un caoba tapando las canas de su pelo corto y débil, de un pelo apenas encrespado, coquetería que me resulta extraña para un tanito siciliano de más de 60. Ropa enorme, campera amplia, pantalones anchos. Lentes marronáceos también, a lo Nicola Di Bari (¿será di Bari?); lo vi de frente cuando giró para esperar, más allá, el mismo colectivo.
Pasó delante de mí, bajó la loma tirando de una mochila con rueditas, haciendo el ruido de las ruedas gastadas, pensadas para un uso menos intensivo, hecha para escolares. Pasó y me dio esa lástima inexplicable de un desarraigo fuera de tiempo. Porque ya no quedan inmigrantes que lloran por el terruño, creo que ahora tarjetean; aunque no sé, como está el dolar. Como sea, ahí iba bajando con su andar cansino y sus hermanos allá lejos, su tía moribunda a la que jamás volvería a ver, el pueblo que lo vio nacer arruinado por la picota del progreso mercantilista, Mussolini muerto.
A veces van en yunta con su hijo, una especie de clon de unos 20 años. Es un clon renegado, que se afana por ser cool e intelectual. Tiene otro corte de pelo, uno que le hace la cabeza más geométrica y altiva. Lleva siempre un morral en bandolera....sobre sus ropas también holgadas. El mismo caminar, la misma forma a la distancia, el mismo andar que le dará el tiempo, dos versiones de un mismo arquetipo. Los veo juntos y veo un profundo amor de padre e hijo que no necesita ampulosidades, pero ahí está, y veo la piccola vergogna de lo antiguo y lo moderno, esa vergüenza soterrada y a la vez culposa que dan, damos, los padres.
Hoy es otoño y a las cuatro de la tarde esperaba yo el 591, que según la app iba a llegar en cinco minutos. Y venía el hombre, bajando la cuesta, proyectando por delante una sombra larga.
No sé nada de él, y a la vez algo sé, es un petiso de la baja italia. Hay un caoba tapando las canas de su pelo corto y débil, de un pelo apenas encrespado, coquetería que me resulta extraña para un tanito siciliano de más de 60. Ropa enorme, campera amplia, pantalones anchos. Lentes marronáceos también, a lo Nicola Di Bari (¿será di Bari?); lo vi de frente cuando giró para esperar, más allá, el mismo colectivo.
Pasó delante de mí, bajó la loma tirando de una mochila con rueditas, haciendo el ruido de las ruedas gastadas, pensadas para un uso menos intensivo, hecha para escolares. Pasó y me dio esa lástima inexplicable de un desarraigo fuera de tiempo. Porque ya no quedan inmigrantes que lloran por el terruño, creo que ahora tarjetean; aunque no sé, como está el dolar. Como sea, ahí iba bajando con su andar cansino y sus hermanos allá lejos, su tía moribunda a la que jamás volvería a ver, el pueblo que lo vio nacer arruinado por la picota del progreso mercantilista, Mussolini muerto.
A veces van en yunta con su hijo, una especie de clon de unos 20 años. Es un clon renegado, que se afana por ser cool e intelectual. Tiene otro corte de pelo, uno que le hace la cabeza más geométrica y altiva. Lleva siempre un morral en bandolera....sobre sus ropas también holgadas. El mismo caminar, la misma forma a la distancia, el mismo andar que le dará el tiempo, dos versiones de un mismo arquetipo. Los veo juntos y veo un profundo amor de padre e hijo que no necesita ampulosidades, pero ahí está, y veo la piccola vergogna de lo antiguo y lo moderno, esa vergüenza soterrada y a la vez culposa que dan, damos, los padres.
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