Mi papá pintó el mar
Sobre el final de sus días el viejo pintaba muy bien. Se internaba en el quincho, con sus deformados lentes de marco de metal montados sobre la nariz, y se ponía a domar los óleos para que le entreguen el color que pretendía. De tanto darle al pincel, alcanzó mucha eficacia figurativa, llegando a reproducir con fidelidad las fotos que él mismo tomaba.
Yo era un pendejo medio soberbio y no sabía que a mi padre le quedaba poco, nadie sabía que la muerte lo iba a esperar en una montaña nevada de Bariloche. Así que, si bien le elogiaba la destreza, callaba que me resultaban un poco aburridos sus temas. Un gato de angora delante de un terciopelo negro, un camino jujeño, mi hermanita sosteniendo una muñeca. También hizo un par de marinas, muy bien marinadas. Uno de esos cuadros, en realidad una tela en su bastidor, pende sobre mi cabeza al acostarme; son lanchas pesqueras amarradas; y una lleva mi nombre: Jorge I. Me ocupé especialmente de heredarlo, entre los muchos que fueron a parar a la casa de mi vieja y de mis hermanos. Es porque todavía sentía cierta culpa por mi reacción al verlo. El viejo entró en mi cuarto con la obra, prendió la luz y la sostuvo con ambas manos, con los anteojos todavía puestos: charán! Yo justo hablaba por teléfono con mi novia , en esas charlas que nunca terminaban (no, cortá vos), así que solamente levanté un pulgar, le dije a ella que un momentito, y apenas dije "muy bueno papi, gracias". Seguro después agrandé mi gratitud, pero el momento para ser explosivo por ese homenaje, esa inmortalidad pintada, ya había pasado.
Hoy como siempre pasé con el colectivo por la costa. Y tuve la necesidad de escribir:
Es un mar gris y enojado. Es un mar gris con el color de agua sucia de pinceles. Las olas llegan unas sobre otras, como si fueran comentarios. Unas cabecitas con sus hombritos negros desandan por allá el camino de las olas como patos, se van a atrapar olas con la tabla. Otras siluetas solitarias andan por la arena y por la escollera. Son suicidas o son almas que se refrescan. Porque el aire salado descongestiona las penas, el aire que vuela por sobre las olas es una solución fisiológica.
Iba a escribirlo en Facebook pero me pareció una gilada. Es que el mar es tan obvio como la lluvia, y todo sobre él ya se debe haber dicho, aunque siempre nos empuje a representarlo; como el amanecer, como el amor, nos parece que hay nuevas palabras para el antiquísimo oceáno de ánimos cambiantes.
Yo esperaba un Kraken saliendo por sobre el horizonte de los cuadros de papá, esperaba acción y esperaba dramatismo. Me parecía inútil, todo un gasto de colores, la técnica por la técnica, llevarse la naturaleza al arte.
Hoy entiendo que hay muchas cosas que ver, escondidas entre las obviedades. Lo más difícil de transmitir.
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