Por qué no hago radio
Este posteo le va a interesar a poca gente, y lo digo como si todos los demás que escribo hicieran colapsar la capacidad de visitas que permite blogger.
No obstante, me interesa responderle a esos pocos que han tenido la bondad de escucharme durante 15 años ininterrumpidos en la radio, con énfasis en un programa que alcanzó una relativa trascendencia llamado El Puente, y que todavía hoy me preguntan ¿por qué no estás al aire?
Querido amigo, la historia es larga. Empezaré por decir que buena parte de mi trayectoria fue desarrollada al amparo de cierta institución cooperativa, que toleró a un grupo que yo integraba y que tuvo la osadía de convertir lo que era una propaladora interna de un complejo turístico, en una emisora de frecuencia modulada, una de las primeras de mi ciudad y de las que alcanzó más prestigio. Muy de a poco y con mucha más dedicación que presupuesto, con cartones de maple cubiertos por arpillera, fuimos construyendo un proyecto comunicacional, político y cultural que surtió un fuerte impacto en la sociedad a la que fue llegando, también de a poco. Supimos construir un discurso alternativo y a la vez democrático, que por momentos sirvió de catalizador para movimientos sociales que buscaban su espacio en un país azotado por los vientos neoliberales. Aquello no solo era una radio, era un lugar adonde se daban charlas (Galeano, Bayer, Pasquini Durán, Miguel Angel Solá), cursos, movidas, adonde -por ejemplo- las madres de la plaza tuvieron su primer micro mediante el cual difundir su causa. Fuimos artífices y a la vez aprendices en la refinación de un discurso izquierdoso que necesitaba ser cincelado para llegar a más y más gente. Bautizamos y produjimos programas, escribimos frases institucionales, estuvimos sobre la música, sobre la artística, sobre el contenido, formamos gente que ayudara a sostener esa pequeña bandera. Y posiblemente cometimos errores también, posiblemente fuimos sin quererlo soberbios. No obstante, no fueron esos yerros los que motivaron nuestro desenlace. Resulta que algún benefactor que nos apoyaba, ubicado muy arriba se murió. Quienes lo sucedieron nos la tenían jurada, más que nada por no besarle las pelotas a ellos y al partido político al que decían pertenecer. Porque además nos iba mejor que al partido. Así que un día descubrieron que la radio era costosa, que la radio no era todo lo productiva que a su lógica bancaria les hubiera gustado. Y se nos vinieron encima, hartos además del nombre colectivo y de los nombres individuales que nos supimos hacer sin su más mínima intervención o colaboración.
Había que achicar (en ese entonces era moda lo de "achicar el estado para engrandecer la nación", nunca lo hubiéramos esperado en el discurso de estos prohombres de la banca solidaria). Había que echar -nos dijo un día un anciano del obispado que hacía las veces de gerente local y que montó en cólera cuando al aire desacralizamos la muerte de Juan Pablo II- a 8 personas a nuestra total elección. Una jugada maestra: para quedarnos, los fundadores de la radio, los que nos rompimos el ojete para hacerla crecer, deberíamos declinar públicamente nuestra ideología, arriar esas banderas ideológicas erguidas todo el tiempo y a toda hora de la emisora, en defensa de tantos trabajadores de la ciudad y del país, ser traidores a nuestras propias ideas ante toda la ciudad. Nos dieron, supongamos, 48 hs.
Quiso la casualidad que nuestros compañeros de la radio, algunos que se habían fundido en otras pequeñas emisoras y que cobijamos en la "nuestra" sin saber en ese entonces ni para hacer qué, y otros que empezaron como chicos admiradores (de esos que dicen "los escucho todos los días y pienso como ustedes") que solo querían aprender y terminaron contratados en blanco, y otros algunos becados en cursos y carreras que organizábamos, y algunos que nunca supieron que por su presencia como empleados, y en tren de favorecer el reparto equitativo de los recursos, los "directivos" se plancharon duramente sus salarios, esos pibes y pibas estaban ahora enojadísimos con nosotros, porque no les aumentábamos (con la plata que no era nuestra), porque de golpe querían ropa de trabajo, porque empezaron a creer que nada teníamos que ver en eso que ahora ya sabían hacer. Asambleas, sindicato de prensa, paro. Nosotros hechos mierda porque la radio en la que dejamos el alma se caía a pedazos, nosotros apretados desde arriba y apretados desde abajo, ellos como el Che y Camilo Cienfuegos entrando en Santa Clara. Pasamos a ser los conservadores, Fulgencio Batista.
Así que, después de 15 años, entramos a hacer el último Puente de nuestras vidas con la radio parada, llevando nuestro propio operador, llorando en la despedida, con gente que nos daba la espalda mientras nos quedábamos sin laburo.
Porque nuestra decisión, antes que la de echarlos a ellos fue la de irnos, nuestra oferta a los altos mandos fue acogernos a un retiro voluntario que aceptaron volando, y que el tiempo rápidamente se encargó de fagocitarse (es tremendo cuando uno ve que la cuenta bancaria que lo alimenta no hace otra cosa que decrecer).
Y la reputa madre que los parió a todos, en especial a los capos del movimiento cooperativo, varios de los cuales son candidatos ahora, como el ególatra de mierda de Carlos Heller. A nuestros compañeritos, nada, se equivocaron. Nos empujaron de un proyecto que a duras penas podíamos sostener, y que terminó por caérseles encima. Nunca, claro, hubo ni una disculpa. Por el contrario, como si hubieran dado un golpe de estado revolucionario, usaron esos micrófonos que costaron un huevo conseguir, esos que me/nos tuvieron 20 horas por semana durante 15 años, para cagarse de risa del hermoso cambio que consiguieron en la radio y en nuestras vidas. Alguno me pidió amistad en facebook, algún otro hizo el amago de saludarme alguna vez. No, flaco, ya fue. Suerte en lo tuyo.
Y por supuesto algún asqueroso derechista de bigotes salió además a calumniarnos en su pasquín, con esa facilidad que tuvo siempre el mal periodismo. No es de ahora.
En un post que escribí tiempo después, quise registrar la tristeza del momento:
Empezaría el invierno, creo. Terminé de transportar a la familia, entré el auto, fui a cambiar zapatos por pantuflas y salí de nuevo con una bolsita en la mano. Me puse a juntar pedacitos de telgopor que alguien había desparramado por el pasto. Acumulaba en la mano los copitos de goma y los metía de a puñados en la bolsa. Algún auto pasaba de vez en cuando.
En un momento (no se cuánto tiempo estuve en esa tarea) me erguí y me quedé mirando la nada.
Todos -lo sentía fuertemen- estaban ocupados en algo, todos hacían sus cosas esa mañana. Yo no, yo era un desocupado.
El trabajo no es eso que hacés para ganarte la vida; el trabajo define tu vida.
En el sistema, sos a lo que te dedicás. Y si no tenés trabajo, no es dinero lo que te falta, sino la mera razón de ser.
Y ahora? Después de deambular con el programa por otras radios, pagando el espacio con aquél retiro voluntario, juntando algunas pocas publicidades, pudimos sostener el programa por otro par de años. Incluso se formó un nutrido club de oyentes, hermosos amigos con los que hicimos peñas, gente que amasó empanadas y nos dieron su cariño y contención, y a los que estaré eternamente agradecido. No se si tiene antecedentes, salvo cierta vez con Aliverti en Buenos Aires, esto de que se arme una movida solidaria desde los escuchas para poder seguir escuchando.
Pero un día se nos acabó la guita y hubo que trabajar de lo que se pudo, porque tampoco se podía pagar a nuestros compañeros que nos siguieron al exilio. No abundaré en ello, pero fui empleado de un sindicato, personal en la mudanza de una librería, gerencié otra, etc. Cuestión que, llegando al hoy, soy más que nada docente de Periodismo, y dirijo la carrera, formando ahora a otra gente.
Pero por qué no hacés radio boludo? Ya voy, ya voy. Hay varios planos de análisis.
Plano nacional: Al final, la ley de medios terminó siendo letra muerta, y no por Clarín. Fue porque no se pudo sostener el caudal político suficiente para hacerla letra viva. Y mientras todavía esperamos que se parta en tres el espectro radiofónico, dando lugar a "nuevas voces", la autoridad de aplicación se ha convertido -tanto en mi ciudad como en el resto del país- en unidad básica de una rama del oficialismo, que no hace más que campaña propia, mientras va bastardeando las profesiones radiofónicas (locutores, operadores), con entrega de carnets a cambio de una jornada de charlas. En tanto, ni se desarman los grupos mediáticos, ni hay un reparto de la pauta oficial que garantice que esas nuevas voces aparezcan.
Publicidad: Hace mucho que no es negocio montar una radio o un canal de televisión. Algunos los ponen, con inversiones mínimas, esperando que baje una pauta salvadora desde el Estado. Como la publicidad privada es escasa, y el empresariado no la considera necesaria, más que como una eventual forma de comprar comunicadores, la única esperanza es toda estatal. Pero, para conseguirla hay que cuadrarse; ni siquiera basta que uno, a través de sus propias convicciones acuerde con buena parte de la política de gobierno, hay que sacar chapa de ser inequívocamente "del palo". Y ni así.
Creo que ya me voy explicando. A esta altura de la soirée ir a chupar las bolas de unos cuantos inútiles para poder trabajar? No, gracias.
Plano Local: Y como no es negocio, los radiodifusores qué hacen: enmascaran la venta de espacios para que los programas parezcan de producción propia, ponen a pibes que hablen de temas ligeros como los hashtags de twitter y mantengan la onda bien arriba, mientras tratan de sellar acuerdos políticos que les reditúen. Cuantos menos programas que hagan pensar se emitan al aire, más fácil será convencer a los candidatos de su inocuidad comunicacional. Cada campaña política debe ser una buena cosecha de guita, en eso no caben preguntas incómodas.
Son las reglas del juego. No obstante, aunque a mí no me gusten, al menos se que muchos de quienes fueron mis alumnos hay una calidad profesional y un pensamiento crítico como para guardar esperanzas de que las cosas empiecen a cambiar merced a su esfuerzo, cuando soplen vientos más favorables.
Yo sigo amando a la radio, pero la siento maltratada todos los días. Yo amo la radio, pero ella, me parece, ya no me necesita o yo ya no la entiendo.
Siempre me parecieron patéticos los viejos dinosaurios que se lamentaron antes que yo, por cosas parecidas. No me considero ni viejo ni dinosaurio, pero hoy me sueno bastante parecido.
Y por todo eso, amigos, es que no estoy haciendo radio, aunque creo que ahora la haría mejor que antes.
Ahora la hago, pero desde afuera, como docente.
Ya veremos que pasa en el futuro.
Fin de la cita.
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