Seguro contra todo riesgo
La seguridad te la da el Estado.
En estos días lleva cara de correntino y se para de a dos en muchas esquinas, con uniforme de Prefectura.
La seguridad consiste en mirar o en ser mirado desde un centro de avistaje. Las cámaras pueden verlo todo, y basta con eso para estar a salvo.
La seguridad se compra, en multiplicidad de productos y precios, que va desde un aerosol con gas pimienta hasta sofisticadas alarmas monitoreadas, constituyendo partículas de seguridad.
La seguridad son hábitos de resguardo y de sospecha.
Pero si el esfuerzo de consuno entre el Estado y los particulares fallare, habrán de adoptarse medidas drásticas. Linchamientos, ejecuciones, escuadrones de la muerte, escarmientos, esas cosas. Se buscarán, para llevarlas a cabo, a hombres sin escrúpulos, de probada experiencia en derramar la sangre necesaria cuando sea necesario.
Porque acabar con las hormigas de una puede no ser eficaz, pero es divertido y relajante.
Entonces, cuando media sociedad vigile y amedrente a la otra mitad, llegaremos por fin, algún día, a la tan deseada seguridad.
Claro, siempre habrá quien nos diga que no se siente seguro porque las topadoras, que abren paso a una nueva torre de departamentos, hacen temblar las paredes de su casa. No faltará el indígena que no se sienta a gusto con la vecindad de la soja. Puede que algún adolescente practique sexo no seguro, porque al gobierno de su provincia no le parece oportuno brindar educación sexual y alguna mujer se muera mientras aborta en un quirófano clandestino. O que un niño diga sentirse desprotegido por la violencia que gobierna en su casa.
A todos ellos hemos de explicar que cuando hablábamos de seguridad, nos referíamos a la propiedad privada y a la vida de sus dueños.
Todo lo demás es silvestre, todo lo demás es afuera y no me interesa.
Y ahora con permiso, voy a digitar la clave secreta de la alarma.
En estos días lleva cara de correntino y se para de a dos en muchas esquinas, con uniforme de Prefectura.
La seguridad consiste en mirar o en ser mirado desde un centro de avistaje. Las cámaras pueden verlo todo, y basta con eso para estar a salvo.
La seguridad se compra, en multiplicidad de productos y precios, que va desde un aerosol con gas pimienta hasta sofisticadas alarmas monitoreadas, constituyendo partículas de seguridad.
La seguridad son hábitos de resguardo y de sospecha.
Pero si el esfuerzo de consuno entre el Estado y los particulares fallare, habrán de adoptarse medidas drásticas. Linchamientos, ejecuciones, escuadrones de la muerte, escarmientos, esas cosas. Se buscarán, para llevarlas a cabo, a hombres sin escrúpulos, de probada experiencia en derramar la sangre necesaria cuando sea necesario.
Porque acabar con las hormigas de una puede no ser eficaz, pero es divertido y relajante.
Entonces, cuando media sociedad vigile y amedrente a la otra mitad, llegaremos por fin, algún día, a la tan deseada seguridad.
Claro, siempre habrá quien nos diga que no se siente seguro porque las topadoras, que abren paso a una nueva torre de departamentos, hacen temblar las paredes de su casa. No faltará el indígena que no se sienta a gusto con la vecindad de la soja. Puede que algún adolescente practique sexo no seguro, porque al gobierno de su provincia no le parece oportuno brindar educación sexual y alguna mujer se muera mientras aborta en un quirófano clandestino. O que un niño diga sentirse desprotegido por la violencia que gobierna en su casa.
A todos ellos hemos de explicar que cuando hablábamos de seguridad, nos referíamos a la propiedad privada y a la vida de sus dueños.
Todo lo demás es silvestre, todo lo demás es afuera y no me interesa.
Y ahora con permiso, voy a digitar la clave secreta de la alarma.
Comentarios
Al menos no en Rosario, no en mi barrio, cuando dejábamos las puertas sin llave y todo ese pasado maravilloso.