De un amigo que anda con gatos....
Sin pedirle permiso, me permito publicar una crónica-correo de un gran amigo (columnista de música de El Puente) ahora conchabado en España. De Gastón Domínguez...
VIDA DE GATOS
Es la primera vez en mi vida que veo algo así. Camino decenas de kilómetros, viajo en el transporte público, voy en auto. Y no lo veo. No hay. Es la primera vez, insisto, que veo algo así. Los contenedores de basura son eso: contenedores. Además son recicladores. Los verdes, con una boca circular aceptan "vidrios sí, gracias"; los amarillos solo para botellas; los azules papeles y cartones, "tu papel es importante". Y así para las bolsas de "consorcio", para latas, etc. En los "cubos", con tapa y ruedas, siempre rondan los gatos. Como en los dibujitos animados, en busca de algún esqueleto de pescado que tenga algo de carne y, claro, que todavía conserven su cabeza. Y ahí los vemos hurgando la basura. Pero son gatos. "Está bien, hace vida de gato" me contestó un compañero cuando le dije que a la suya la había visto, junto a los otros, encima de los contenedores. Las únicas personas que se acercan a los cubos lo hacen con el propósito de arrojar basura. Sólo eso. Arrojan las bolsas, reparten lo reciclable y se marchan a sus casas. Insisto: nunca vi eso. No hay, no hay, gente revolviendo la basura, no hay chicos buscando comida entre las bolsas. Porque no hay hambre. En la calle no se ve gente hambrienta; acá no hay pobres. Y mis ojos no están acostumbrados a algo así. Desde que tengo uso de razón siempre me tocó ver hambre en las calles.
Trabajo en un hotel. Por día produce toneladas de basura, en especial el restaurant y los bares. Del total de la basura se puede decir que un cuarenta por ciento (¡!) es comida en buen estado. Los hoteles de la isla funcionan con el sistema denominado "Todo incluído". Se paga un importe por la habitación y con eso se puede comer y beber gratis durante todo el día y todas las veces que se quiera. En muchos casos los clientes comen sin hambre. O lo que es peor: se sirven los platos sin hambre. Por ejemplo, las sandías. Cuatro o cinco rodajas. Comen una, le dan un mordisco a otra y el resto queda en el plato. Ya nadie vuelve a tocarlas. Su destino final es el tacho de basura. Y así con las verduras, la carne, las pastas, las pizzas, baguettes enteras de pan a la basura; hasta con los helados.
A los empleados de bares nos dan de comer fuera de hora debido a nuestro horario nocturno. Seremos, depende el día, ocho como máximo. Nos mandan un carro con cuatro fuentones metálicos repletos de comida. Y siempre variada (aunque la calidad no siempre es buena porque, claro, somos empleados). Otro ejemplo: en una puede haber arroz con calamares o paella, en otra papas fritas, en otra pollo y en otra pescado. Y dos baguettes gigantes de pan. Las cantidades son descomunales. Calculo que serán para quince personas. Comemos parados, rápido porque nos queremos ir. Del total consumiremos alrededor del cinco o diez por ciento. Y el resto adivinen... sí, a la basura. El primer día de trabajo me llevé a mi casa pan negro, atún, y otras veces hasta pescado o papas. Mis compañeros (los españoles) se me reían. Mis compañeros (sudamericanos) me decían "llevá, llevá porque se va a la basura; yo también a veces me llevo algo". Pero no lo hacemos por necesidad sino por la bronca que da ver tantos kilos de comida tirados al tacho. Mis compañeros (españoles) son más chicos que yo, y les puedo asegurar, nunca vieron a un niño revolviendo las bolsas (excepto algún documental por la tele desde la inmensa comodidad de un sillón frente a una pantalla plana).
Los gatos de esta isla comen mejor que cualquier niño de África o América.
Suena horrible, pero es la realidad.
En esta isla muchos hacen vida de gatos. Viven de noche, trabajan de día y duermen poco. En un par de salidas un sueldo puede volverse polvo blanco. Sexo, drogas y reaggeton cada noche de cada día. Se sale "de fiesta". Así se dice a las jodas interminables. Antes de cada salida es obligatorio pasar por el cajero y retirar de a veinte euros (sólo múltiplos de diez, pero diez no; veinte, treinta tampoco, cuarenta, cincuenta...).
Por las noches, el que no tiene auto viaja en taxi. Y de día en autobus. Casi nadie camina más de doscientos metros. Alrededor del ochenta por ciento de esta población tiene sobrepeso. En el supermercado, la carne, las frutas, las verduras y el pescado son carísimos y de mala calidad. Además, la mayoría de los productos vienen congelados. En cambio, las gondolas (sí, en plural) de golosinas, dulces, postres, y demás, rebasan de productos y marcas muy variadas que, con solo mirarlos, dan ganas de comerlos. Entran por los ojos pero también por el bolsillo ya que son baratísimos.
En esta isla hay una gran bola de dinero circulando que se gasta en electrónica (cada dos o tres meses se cambia el celular), en salidas (lo dicho), en ropa, alcohol, tabaco, drogas. Y en la hipoteca. Si sos un empleado con contrato fijo podés acceder a un crédito hipotecario y pagar tu casa en treinta o cuarenta años. Pero para los jóvenes es muy difícil. Hace un par de años comenzó una especulación inmobiliaria que consistía en contraer una hipoteca, luego vender la casa bastante más cara, traspasar la deuda y así hacerse de una diferencia interesante. Pero hoy es practicamente imposible vender una propiedad. Los precios están por las nubes. El Euribor (la tasa que fija el porcentaje de interés de las hipotecas) no para de subir. Hoy se pagan casi noventa euros más que el mismo día del año pasado. Sólo la hipoteca se lleva más de la mitad del sueldo de un empleado. Los alimentos básicos también están atrapados por la inflación. Este verano llega a su fin con el pan, los huevos y los derivados de los lácteos bastante más caros que hace un par de meses. Muchas familias (especialmente jóvenes con hijos pequeños) llegan ajustados a fin de mes. En la península es aún más complicado porque los sueldos son más bajos que en esta isla. Pero no pasan hambre, eso está claro. Sólo se privan de algunos lujos. Los españoles que vienen a veranear a estas tierras lo hacen porque los hoteles ofrecen el ya mencionado "todo incluído". Pero esto trae algunas consecuencias negativas ya que salen del hotel solo para ir a la playa (pero no siempre porque los hoteles tienen piscinas enormes con bares y todo). Si tienen hambre no van a un chiringuito de la playa, mucho menos a un restaurant. Lo que hacen es retornar al hotel y llenarse los platos. Es gratis. Y lo que sobra, ya sabemos. La propina brilla por su ausencia. Los empleados de los hoteles y los restaurantes están enojados. Antes se ganaba mucho dinero con "el bote", se podía vivir con eso y guardar el sueldo casi entero. Hoy no. La economía del país crece. Pero la gente está algo descontenta. O comienza a estarlo. Siguen calculando en pesetas; odian al euro.
Los únicos que parecen estar contentos son los gatos. Por las noches comen como reyes, no pasan frío... y hasta tienen postre.
VIDA DE GATOS
Es la primera vez en mi vida que veo algo así. Camino decenas de kilómetros, viajo en el transporte público, voy en auto. Y no lo veo. No hay. Es la primera vez, insisto, que veo algo así. Los contenedores de basura son eso: contenedores. Además son recicladores. Los verdes, con una boca circular aceptan "vidrios sí, gracias"; los amarillos solo para botellas; los azules papeles y cartones, "tu papel es importante". Y así para las bolsas de "consorcio", para latas, etc. En los "cubos", con tapa y ruedas, siempre rondan los gatos. Como en los dibujitos animados, en busca de algún esqueleto de pescado que tenga algo de carne y, claro, que todavía conserven su cabeza. Y ahí los vemos hurgando la basura. Pero son gatos. "Está bien, hace vida de gato" me contestó un compañero cuando le dije que a la suya la había visto, junto a los otros, encima de los contenedores. Las únicas personas que se acercan a los cubos lo hacen con el propósito de arrojar basura. Sólo eso. Arrojan las bolsas, reparten lo reciclable y se marchan a sus casas. Insisto: nunca vi eso. No hay, no hay, gente revolviendo la basura, no hay chicos buscando comida entre las bolsas. Porque no hay hambre. En la calle no se ve gente hambrienta; acá no hay pobres. Y mis ojos no están acostumbrados a algo así. Desde que tengo uso de razón siempre me tocó ver hambre en las calles.
Trabajo en un hotel. Por día produce toneladas de basura, en especial el restaurant y los bares. Del total de la basura se puede decir que un cuarenta por ciento (¡!) es comida en buen estado. Los hoteles de la isla funcionan con el sistema denominado "Todo incluído". Se paga un importe por la habitación y con eso se puede comer y beber gratis durante todo el día y todas las veces que se quiera. En muchos casos los clientes comen sin hambre. O lo que es peor: se sirven los platos sin hambre. Por ejemplo, las sandías. Cuatro o cinco rodajas. Comen una, le dan un mordisco a otra y el resto queda en el plato. Ya nadie vuelve a tocarlas. Su destino final es el tacho de basura. Y así con las verduras, la carne, las pastas, las pizzas, baguettes enteras de pan a la basura; hasta con los helados.
A los empleados de bares nos dan de comer fuera de hora debido a nuestro horario nocturno. Seremos, depende el día, ocho como máximo. Nos mandan un carro con cuatro fuentones metálicos repletos de comida. Y siempre variada (aunque la calidad no siempre es buena porque, claro, somos empleados). Otro ejemplo: en una puede haber arroz con calamares o paella, en otra papas fritas, en otra pollo y en otra pescado. Y dos baguettes gigantes de pan. Las cantidades son descomunales. Calculo que serán para quince personas. Comemos parados, rápido porque nos queremos ir. Del total consumiremos alrededor del cinco o diez por ciento. Y el resto adivinen... sí, a la basura. El primer día de trabajo me llevé a mi casa pan negro, atún, y otras veces hasta pescado o papas. Mis compañeros (los españoles) se me reían. Mis compañeros (sudamericanos) me decían "llevá, llevá porque se va a la basura; yo también a veces me llevo algo". Pero no lo hacemos por necesidad sino por la bronca que da ver tantos kilos de comida tirados al tacho. Mis compañeros (españoles) son más chicos que yo, y les puedo asegurar, nunca vieron a un niño revolviendo las bolsas (excepto algún documental por la tele desde la inmensa comodidad de un sillón frente a una pantalla plana).
Los gatos de esta isla comen mejor que cualquier niño de África o América.
Suena horrible, pero es la realidad.
En esta isla muchos hacen vida de gatos. Viven de noche, trabajan de día y duermen poco. En un par de salidas un sueldo puede volverse polvo blanco. Sexo, drogas y reaggeton cada noche de cada día. Se sale "de fiesta". Así se dice a las jodas interminables. Antes de cada salida es obligatorio pasar por el cajero y retirar de a veinte euros (sólo múltiplos de diez, pero diez no; veinte, treinta tampoco, cuarenta, cincuenta...).
Por las noches, el que no tiene auto viaja en taxi. Y de día en autobus. Casi nadie camina más de doscientos metros. Alrededor del ochenta por ciento de esta población tiene sobrepeso. En el supermercado, la carne, las frutas, las verduras y el pescado son carísimos y de mala calidad. Además, la mayoría de los productos vienen congelados. En cambio, las gondolas (sí, en plural) de golosinas, dulces, postres, y demás, rebasan de productos y marcas muy variadas que, con solo mirarlos, dan ganas de comerlos. Entran por los ojos pero también por el bolsillo ya que son baratísimos.
En esta isla hay una gran bola de dinero circulando que se gasta en electrónica (cada dos o tres meses se cambia el celular), en salidas (lo dicho), en ropa, alcohol, tabaco, drogas. Y en la hipoteca. Si sos un empleado con contrato fijo podés acceder a un crédito hipotecario y pagar tu casa en treinta o cuarenta años. Pero para los jóvenes es muy difícil. Hace un par de años comenzó una especulación inmobiliaria que consistía en contraer una hipoteca, luego vender la casa bastante más cara, traspasar la deuda y así hacerse de una diferencia interesante. Pero hoy es practicamente imposible vender una propiedad. Los precios están por las nubes. El Euribor (la tasa que fija el porcentaje de interés de las hipotecas) no para de subir. Hoy se pagan casi noventa euros más que el mismo día del año pasado. Sólo la hipoteca se lleva más de la mitad del sueldo de un empleado. Los alimentos básicos también están atrapados por la inflación. Este verano llega a su fin con el pan, los huevos y los derivados de los lácteos bastante más caros que hace un par de meses. Muchas familias (especialmente jóvenes con hijos pequeños) llegan ajustados a fin de mes. En la península es aún más complicado porque los sueldos son más bajos que en esta isla. Pero no pasan hambre, eso está claro. Sólo se privan de algunos lujos. Los españoles que vienen a veranear a estas tierras lo hacen porque los hoteles ofrecen el ya mencionado "todo incluído". Pero esto trae algunas consecuencias negativas ya que salen del hotel solo para ir a la playa (pero no siempre porque los hoteles tienen piscinas enormes con bares y todo). Si tienen hambre no van a un chiringuito de la playa, mucho menos a un restaurant. Lo que hacen es retornar al hotel y llenarse los platos. Es gratis. Y lo que sobra, ya sabemos. La propina brilla por su ausencia. Los empleados de los hoteles y los restaurantes están enojados. Antes se ganaba mucho dinero con "el bote", se podía vivir con eso y guardar el sueldo casi entero. Hoy no. La economía del país crece. Pero la gente está algo descontenta. O comienza a estarlo. Siguen calculando en pesetas; odian al euro.
Los únicos que parecen estar contentos son los gatos. Por las noches comen como reyes, no pasan frío... y hasta tienen postre.
Comentarios
salud y buenos alimentos
Buen relato..
Saludos
besos Nélida
Parece que por aquellas tierras tirar comida no les preocupa...
¿Lo harán por los gatos??
Saludos