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Mostrando entradas de junio, 2019

Mensaje (extraoficial y supernumerario) de la runfla

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    Sí, eso somos y seremos, un aguantadero, un redil de almas turbias, el barco de los malditos, un rejunte de blancos cevés y negros prontuarios.   Vendrán a minarnos de contradicciones, llegarán secándose la pera de fluidos ajenos con el dorso de una mano, se arrimarán a decir lo contrario de lo que dijeron hace diez minutos, derrotados una y otra vez por los archivos, que no, no resisten. Serán -y vas a inventariarlo hasta el cansancio- los que bancaron lo definitivamente imbancable, la claque cesante de estos ladrones, los reidores del ajuste, los Judas que vendieron a tus hijos por menos de 30 denarios y dos sánguches de miga medio secos.  Pero ¿sabés qué?, ¿sabés qué? (imito a Cristina reiterándose por encima de los cánticos), ¿sabés qué? Nos vamos a juntar para derrocar a Macri, para sepultarlo debajo de una parva de votos; a él, a Vidal, a todo lo que representan cada une de estes soretes que gobiernan, más los maraños que flotan en sus medios afines, más los círcul

Apología del gato

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  Yo era como usted, también miraba con cierta apenada extrañeza a los amantes de los gatos. Locos, locas, enfermos de soledad, rendidores de pleitesía a esos bichos peludos, alergénicos y apáticos; me reía de esos patéticos inventores de atributos para estos -a fin de cuentas- meros animales que se reproducen como plaga y asoman por paredones.     Ahora pertenezco a los otros.  Adopciones   Un día nos trajimos a Chaplín (por un rato se llamó Silvestre, pero lo rebautizamos Chaplín, así con acento en la í, porque parecía llevar traje con chaleco negro y pechera blanca, y porque justo estábamos viendo películas del genio), lo trajimos en una caja de zapatos, en el viaje en remis más tortuoso que yo recuerde. Lo acepté porque antes lo había aceptado de manera teórica, en un tren de hipótesis que no iba a salirse nunca de la estación. Pero los gatos nacen, y este bicho negro bellísimo necesitaba un hogar, porque "Valen ya tiene muchos y ahora está viviendo en
 Adquirí un hartazgo y tengo que alimentarlo. Porque sé cómo funcionan: aparecen como el justo complemento que precisa mi depresión para emerger y después se van, dejándome funcional a la misma farsa de la vida que vino a enfatizar el hartazgo. Son fugaces e intensos, una epifanía acerca del sinsentido de la vida, una proclama sobre la tragicomedia del vivir, un masivo derrumbe de las máscaras con las que interactúo. Todos se ven tan reales. Algunos son huecos, algunos son jodidamente falsos, con lo que las máscaras caídas revelan otras mascaras. Yo mismo soy un farsante, contenido de decir lo que pienso, tragando toneladas de ingeniosos insultos que mi cabeza harta va urdiendo. Me porto bien, me comporto como si la estupidez no fuera ese gran elefante que está en la habitación y nadie nombra. Huele la bosta del paquidermo, barrita la bestia, se baña con chorros de diplomacia que escupe por su flexible nariz. ¿Sabemos los importantes que vamos a morir? ¿Lo saben ustedes, llenando el e