La memoria de los escombros

¿Habrá que rendirse al silencio cuando nos decorazone sentir que ya acomodamos de todas formas los argumentos, que ya pusimos las palabras en todos los órdenes, buscando el antídoto a la necedad?
¿Habrá que darlos por irredentos, antes de percatarnos de que lo que creíamos verdaderos misiles discursivos que impactaban en su bestialidad, constituían en realidad un bonito desfile de conceptos para nuestros propios ojos, para darnos el valor que nos haga soportar al invasor?
¿Será que los hechos nos ganan en elocuencia y hay que esperar que por allá se les pase la sordera para oír el estruendo ?
¿Nos ponemos debajo de la mesa, buscamos la seguridad de las escaleras o de los marcos de las puertas, aspiramos el polvo, mientras nos tiembla el piso y se derrumba en tan poco lo que costó tanto?

Me consuela creer que las ciudades guardan memoria de su integridad, que los escombros se transforman en ladrillos para los nuevos edificios y que un día se rehicieron Guernica, Berlín, Londres y Tokio.
Me apenan, eso sí, los gentilicios que van quedando enterrados.

Por eso sigo con el casco puesto este inútil puzzle de palabras.


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