El pajarito que se hizo libre hablando
- Yo quería ser
libre.
El amo, sentado enfrente,
con los ojos fijos en los del ave, esperaba las primeras palabras (porque fue
siguiendo los progresos, en un gradual pasaje desde el trino animal al lenguaje
de los hombres), pero no esperaba éstas.
- Desagradecido
pajarraco – respondió dando una cachetada en el techo de la jaula –maldito
pájaro malagradecido. Podrías agradecerme mi amable atención, la forma en que
te cuidé desde tu llegada, que nunca te hice faltar el agua o el alpiste, que
te cubrí con una manta para ponerte a salvo del frío y del sol, que te ponía tu
huevo duro para que incorpores calcio… No! en lugar de eso, lo primero que sale
de tu pico es una queja!
Fastidiado, el amo se eyectó del banquito
apoyando fuerte sus manos en las piernas para pararse, después giró hacia la
cocina y fue a empezar el mate, dio una chupada violenta al sorber lo último
del agua y apoyó fuerte el mate en la mesada. Después se puso a mirar el
jardín.
- Yo quería ser
libre – repitió ahora más bajito el animal, no para insistir o enfatizar, sino
porque no creía aún ser capaz de articular las palabras. Libre, susurraba al
saltar de una hamaca a la otra, de allí a los barrotes y de vuelta al
principio. Libre, suspiraba el pajarito. Y después dijo:
- Si me
escucharas un momento, Alfredo…
A la mención de su nombre, el amo pareció
caer en la cuenta del prodigio que estaba ocurriendo en su casa, más allá de
cuáles hayan sido las palabras. Esta vez dejó el mate suavemente y volvió a
sentarse. Te escucho. A ver..
- Todo eso que
decís que debo agradecerte, no es otra cosa que las acciones mínimas y
necesarias para que mi cautiverio siga siendo posible. Porque convengamos en
que para que haya un cautivo, este debe estar vivo…
Alfredo estaba duro como una estatua. No sólo
su ave había adquirido el don de hablar, sino que parecía ser una especie de
filósofo.
- Debías cuidarme
para que no muera. Muerto no habría cantado con la salida del sol, no podrías
mostrarme a las visitas. En suma, sin comida, agua y cuidados, hubiera sido una
posesión que hubieras dejado de poseer.
- Pero –ensayó el
amo su respuesta – vos sabés cuál es el precio de esa libertad de la que
hablaste al principio…
- No puedo saberlo
– dijo el pájaro saltando al otro palito.
- Ja, no podés
saberlo. Querés la libertad? Te doy la libertad, dale volá. Y preguntale a los
gorriones y palomas cuál es el destino de los pájaros sueltos. Corridos a
escobazos, cazados por gatos, durmiendo siempre con un ojo abierto. Y la
comida! Te creés que es tan fácil alimentarse en libertad? Las aves libres no
conocen el huevo duro, mi querido.
El zorzal inclinó la cabeza para un lado e
inclinó la cabeza para el otro, un movimiento común de las aves, solo que en
este caso no era una forma de ganar perspectiva de visión, sino fruto del desconcierto
por esas argumentaciones.
Ironizó:
- Si, imagino que
esa libertad debe ser terrible. Debería conformarme con esta vida que me das,
que me permitís, el que la ha considerado tan perjudicial para mí, para
mi…casi digo persona. No había reparado en esos peligros, que incluyen la
posibilidad de morir en las garras de un gato.
- Acá tenés de
todo…
- Acá tengo de
todo, sí. De todo menos a mí. Porque ser yo, debería implicar esos peligros.
Sin ellos, qué soy. Un adorno que se mueve, un pedazo de materia tibia que
respira y trina. Cualquier cosa menos un pájaro.
Alfredo se paró frente a la jaula con el mate
en la mano. Con la otra abrió la puertita. Y el pájaro se paró afuera, sobre la
puertecita abierta. Se miraron otra vez. Voló hasta la ventana, que Alfredo se
ocupó de abrir también. Siguió hasta el limonero y se detuvo en una rama que le
pareció muy inestable, comparada con los palitos de su cárcel.
Y se elevó hasta el techo, adonde se afirmó en
una teja caliente. El viento soplaba desde el oeste y se le metía entre las
plumas. Su corazoncito iba a estallar. Y dijo: - aquí vamos.
Textuales palabras humanas con las que emprendió un vuelo definitivo, uno de regreso adonde nunca estuvo.
Textuales palabras humanas con las que emprendió un vuelo definitivo, uno de regreso adonde nunca estuvo.
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