De chico, mandarinas y ciruelas apenas gestadas, ácidas hasta el entumecimiento de mandíbula. Ahora, no sé por qué, a las ciruelas las quiero amarillas y dulces, flotando en un balde con agua, como las que recuerdo de un verano en el campo de Pedrito, un tío segundo tartamudo. Las quiero a punto de parir, que al morderlas rompan fuente en la boca.
Y a los atardeceres los quiero frente a una laguna indeterminada, sentado en un muelle con una pequeña caña, con la boya naranja registrando piques que terminan siendo cangrejos comiéndose la carnada. Atardeceres de Criollitas con paté y peces saltando y un croar que ensordece mientras los tábanos se lo comen a uno.
Las despedidas cortas. Sin embargo, me gusta el final de Don Segundo Sombra: "La silueta reducida de mi padrino apareció en la lomada. Pensé que era muy pronto. Sin embargo, era él, lo sentía porque a pesar de la distancia no estaba lejos. Mi vista se ceñía enérgicamente sobre aquel pequeño movimiento en la pampa somnolienta. Ya iba a llegar a lo alto del camino y desaparecer. Se fue reduciendo como si lo cortaran de abajo en repetidos tajos. Sobre el punto negro del chambergo, mis ojos se aferraron con afán de hacer perdurar aquel rasgo."
Ignoro si realmente será una forma de enriquecerse. Se me ha dado por atesorar registros sensoriales. Un álbum que integran, por ejemplo, el olor a lavandina de las manos de mamá al intentar ayudarme con las tareas ("intentaba" no porque no pudiera ella con la tarea, no he podido yo con las ayudas), el primer correteo de Cami hacia mis brazos, la descomunal escultura que las nubes formaron en el cielo un verano, el sabor de los Superbazooka de naranja que mascábamos con Marcos. Las cosas inútiles de la memoria de Funes, el de Borges. Inútiles pero constituyentes de la vida, como los contratos, como las graduaciones. Quiero la sabiduría de ver el todo, pero el arte de ver también cada detalle.
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un saludo
Un saludo de
Silvia Loustau
un beso