Reflexiones sobre la lámpara
Qué cosas. Pienso en las mil y una peripecias que he pasado por esa lámpara. Escalé montañas crueles y sin nombre, navegué aguas poseídas por demonios, degollé, soborné, seduje, traicioné, dejé mi peso en sudor en tres desiertos.
Fue mi obsesión y sentido de la vida durante más de veinte años. Hasta que dí con ella en un pueblo cercano a Estambul. Ya no importa cómo ni cuando, fue un paroxismo. La lámpara de los 7200 deseos por fin fue mía una tarde plagada de arena. 7200 deseos. No tres, no siete, 7200.
Con fruición enumeré al genio 5 deseos esa misma noche. El sexto fue volver a casa, aunque en rigor mi casa era otra, la había reemplazado por un palacio en medio una isla que emergió del mar en el tercer deseo.
7200. Y pensar que no puede superar los 45 (de los cuales los últimos 10 fueron verdaderas estupideces, debo reconocerlo). Acaso por la carencia absoluta de necesidades mi imaginación finalmente se atrofió.
La ironía del asunto es que ahora no sé donde carajo la puse. Tampoco tengo el ánimo que tuve para volver a buscarla, pese a que ahora debe estar emplazada en alguno de mis dominios. Acaso el garaje.
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