La teta o la vida
Me quedó dando vueltas lo de las tetas, El Tetazo, toda la
movida en contra de la pacatería antediluviana.
Está muy bien, banco el reclamo. No es posible que a esta
altura de la suaré haya retrógrados que se ofendan porque una madre pela un
pecho para amamantar a su hijo. Sobran ejemplos de cosas que sí tolera el
conservador medio, desde la publicidad callejera del negocio del sexo, pasando
por la violenta y violentadora televisión, hasta llegar a los linchamientos
públicos de rateros ocasionales.
Lo que no me parece bien es que a un bebé lo sorprenda el
hambre con su madre en la calle. Algo dice de la manera en la que vivimos, algo
dice de un sistema donde no podemos darnos el lujo que las mamás estén con sus
niñitos en la casa hasta que haga falta. Me responderán que las mujeres no
tienen por qué perderse de cosas por el hecho de ser madres. Retrucaré que no
se si es tan cierto. Porque ese mismo criterio me ha hecho tener que padecer
berreos de bebés en el cine, un lugar no demasiado natural para ellos. Hablamos
de una sala oscura, con sonido dolby tronando desde las paredes, con gente
llena de microbios que pagó cien pesos para apreciar una obra de arte. Yo padre
he dejado de hacer cosas en esta condición, cosas que esperarían (o no) a que
mi progenie tenga la edad para acompañarme.
Saquen la teta cuando
sea menester, pero no me naturalicen que se coma en la calle. Cuando el
mediodía me retuerce el estómago de hambre, me he comprado mis dos sandwichitos
de roquefort y los he ido comiendo, pero no dejo de preferir comer en casa, en
la intimidad, sobre una mesa, con el tiempo y el ritmo necesario para eso.
Cascoteemos a los
estúpidos comerciantes a los que les parecen abominables los pezones lácteos,
pero no naturalicemos que las necesidades fisiológicas nos encuentren en la vía
pública, que de por sí es hostil para esos menesteres. Hay gente que se caga,
hay parejas que quieren darse mimos, hay personas que quisieran dormir.
De lo contrario,
pareciera que nos empeñáramos en conquistar unas libertades mientras sepultamos
las más básicas. Quién nos robó el tiempo para cada cosa.
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