"Me cago en el Papa", dijo Lisa Simpson.
En un memorable capítulo de Los Simpsons, Lisa descubre, mientras elabora un informe sobre Jeremías Springfield - el fundador del pueblo -, que el sujeto venerado por la gente no era más que un pirata, un ladrón violento y mentiroso. Justo cuando iba a parar el desfile en su honor para revelar la verdad a todos, cae en una conclusión que la detiene. A último momento descubre que más allá de los datos históricos, hay en la figura del héroe un valor que se deposita en los ciudadanos, el que posiblemente los hace mejores, los impulsa a seguir un ejemplo, aun si ese ejemplo fue fraguado.
Pienso en ese episodio mientras el Papa se encuentra en Rio, arengando a la feligresía joven a sacar la iglesia a la calle. Lo miro y no puedo dejar de ver al sujeto que combatió la libertad del artista León Ferrari, el que se opuso al matrimonio igualitario y el que quitó el amparo a un par de curas de su orden para dejarlos a merced de los desaparecedores de la dictadura.
También veo en Francisco a la autoridad máxima de una iglesia represiva, con siglos de crímenes cometidos en nombre de la fe. Una iglesia cómplice del saqueo latinoamericano, una iglesia inquisidora, una iglesia opulenta que goza de los bienes terrenales mientra vende ilusiones celestiales. Una iglesia hermanada con el capitalismo.
Pero algo en mi interior se contradice con lo que veo. Me emociono como un gil cuando un negrito se sube al papamovil y abraza al Papa con la carita empapada de lágrimas. Pierdo la razón y pierdo la memoria. Y me da bronca. Debería creer que si ahora el Vaticano gira hacia los pobres, lo hará para servirse de ellos y no para ponerse a su servicio. Debería recordar que la religión es un instrumento de dominación en vez de uno de rebeldía.
Tal vez sea la fuerza de la liturgia la que nubla mi entendimiento. A fin de cuentas, es la iglesia católica la empresa más duradera de todas y la inventora del márketing supremo, la que eligió el mejor logo.
O tal vez, sólo tal vez, muy en el fondo quiero creer. No en dios o en el papa. Ni a palos.
Quiero creer en algunos buenos valores que podrían surgir del contacto entre humanos. Quiero creer que esos miles de jóvenes que militan por sus ideas pueden aprender algo si salen a la calle a encontrarse con los más humildes. Mucho más de lo que aprenderían metidos en una parroquia y escuhando qué demoníacos son los pibes que tienen sexo.
Quien dice que de ese movimiento no pueda salir (involuntariamente) algún Mugica, un Hesayne, un De Nevares, un Romero, un Angelelli.
Quién te dice.
El Papa, en verdad, me importa tres carajos. Me cago en el Papa.
Extraído de "Nunca he visto otro hombre más vivo que éste", José Pablo Feinmann, Fragmento de "La astucia de la razón", editorial Norma.
Jorge Köstinger - Mar del Plata - 26/7/2013
Pienso en ese episodio mientras el Papa se encuentra en Rio, arengando a la feligresía joven a sacar la iglesia a la calle. Lo miro y no puedo dejar de ver al sujeto que combatió la libertad del artista León Ferrari, el que se opuso al matrimonio igualitario y el que quitó el amparo a un par de curas de su orden para dejarlos a merced de los desaparecedores de la dictadura.
También veo en Francisco a la autoridad máxima de una iglesia represiva, con siglos de crímenes cometidos en nombre de la fe. Una iglesia cómplice del saqueo latinoamericano, una iglesia inquisidora, una iglesia opulenta que goza de los bienes terrenales mientra vende ilusiones celestiales. Una iglesia hermanada con el capitalismo.
Pero algo en mi interior se contradice con lo que veo. Me emociono como un gil cuando un negrito se sube al papamovil y abraza al Papa con la carita empapada de lágrimas. Pierdo la razón y pierdo la memoria. Y me da bronca. Debería creer que si ahora el Vaticano gira hacia los pobres, lo hará para servirse de ellos y no para ponerse a su servicio. Debería recordar que la religión es un instrumento de dominación en vez de uno de rebeldía.
Tal vez sea la fuerza de la liturgia la que nubla mi entendimiento. A fin de cuentas, es la iglesia católica la empresa más duradera de todas y la inventora del márketing supremo, la que eligió el mejor logo.
O tal vez, sólo tal vez, muy en el fondo quiero creer. No en dios o en el papa. Ni a palos.
Quiero creer en algunos buenos valores que podrían surgir del contacto entre humanos. Quiero creer que esos miles de jóvenes que militan por sus ideas pueden aprender algo si salen a la calle a encontrarse con los más humildes. Mucho más de lo que aprenderían metidos en una parroquia y escuhando qué demoníacos son los pibes que tienen sexo.
Quien dice que de ese movimiento no pueda salir (involuntariamente) algún Mugica, un Hesayne, un De Nevares, un Romero, un Angelelli.
Quién te dice.
El Papa, en verdad, me importa tres carajos. Me cago en el Papa.
"Mirá, Gordo", dijo Salamanca, "el problema es éste: los obreros son peronistas, pero el peronismo no es obrero". --
"¿Durante cuanto tiempo te pensaste esa frase, pibe" , replicó Cooke? - "Si el peronismo fuera obrero como los obreros son peronistas, la revolución la haríamos mañana mismo"."
Y si, claro", dijo Salamanca."Tenemos que conducir la clase obrera al encuentro con su propia ideología, compañero. Que no es el peronismo".
"Estás equivocado", dijo Cooke con una convicción casi tangible. "Eso es ponerse afuera de los obreros. Eso es hacer vanguardismo ideológico, Salamanca. Recordá lo que aconsejaba el barbeta Lenin: hay que partir del estado de conciencia de las masas. ¿Está claro, no? La identidad política de los obreros argentinos es el peronismo. No estar ahí, es estar afuera". Entonces Cooke dijo: "Me cago en Perón, Salamanca". Agarró de nuevo su vaso, lo golpeó contra la mesa dos o tres veces y dijo: "Más vino aquí". Miró fijamente a Salamanca y dijo: "No sé si he sido claro, compañero".
"Nosotros también, Gordo. Nosotros también nos cagamos en Perón" "Parece que estamos más de acuerdo de lo que creíamos"
"No, compañero. No estamos de acuerdo. Porque ustedes se cagan en Perón de una manera y yo y los peronistas como yo de otra. Porque, para ustedes, compañero, cagarse en Perón es quedarse afuera. Afuera de Perón y de la identidad política del proletariado. Mientras que para nosotros, cagarnos en Perón, es rechazar la obsecuencia y la adulonería de los burócratas del peronismo. Es reconocer el liderazgo de Perón, pero no someternos mansamente a su conducción estratégica. Para nosotros, Salamanca, para mí y para los peronistas como yo, para los peronistas revolucionarios, cagarnos en Perón es crearle hechos políticos a Perón, aun al margen de su voluntad o del que sea su propio proyecto. Para nosotros, Salamanca, para mí y para los peronistas como yo, para los peronistas revolucionarios, cagarnos en Perón es creer y saber que el peronismo es más que Perón. Que Perón es el líder de los trabajadores argentinos, pero que nosotros, los militantes de la izquierda peronista, tenemos que hacer del peronismo un movimiento revolucionario. De extrema izquierda. Y tenemos que hacerlo le guste o no le guste a Perón. Porque si lo hacemos, compañero, a Perón le va a gustar. Porque Perón es un estratega y un estratega trabaja con la realidad. ¿Entendés, Salamanca? Y nosotros le vamos a crear la realidad a Perón. Una realidad que, más allá de sus propias convicciones que son muy difíciles de conocer, Perón va a tener que aceptar. Porque Perón, Salamanca, ya no se pertenece. Quiero decir: lo que no le pertenece es el sentido político último que tiene nuestra historia. Porque Perón, Salamanca, va a tener que aceptar lo que realmente es, lo que el pueblo hizo de él: el líder de la revolución nacional y social en la Argentina. Ésa es, entonces, compañero, en suma, mi manera de cagarme en Perón".
Jorge Köstinger - Mar del Plata - 26/7/2013
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CQ