Las nanodesgracias cotidianas
Que bombardeen la ciudad en la que vivís es una tragedia, todo lleno de escombros, piernas sin cuerpo, feo.
Que te lleven preso es un bajón. No poder salir de una celda colectiva con olor a orines y llena de maleantes, debe ser intimidante.
Choques, diagnósticos, asaltos, decesos. Los riesgos de la vida siempre están. La vida, esa enfermedad de transmisión sexual a la que nos adaptamos y conservamos lo más que se puede.
Pero además de esas cosas espeluznantes, hay una infinidad de micro o nanodesgracias que pueden derribar el más consolidado de los ánimos.
Esta mañana, sin ir más lejos, me pasaron dos cosas: me olvidé el fucking celular y descubrí que a la llave del baúl le faltaba un pedazo, la llave en sí, digamos. Ahora ya fui por el aparatito infernale y me resigné a que si pincho tendré que llamar a una grúa. Pero me quedé pensando en esta idea recurrente de las nanodesgracias, a las que algún día dedicaré todo un tratado y a las que -con éste- ya dediqué dos post. De momento, me limitaré a consignar algunas más de esas pequeñeces que nos instalan una cara de culo de película:
- que te bañes y te arregles para transitar todo el día por distintas ocupaciones y, a mitad de jornada, se instale en medio de tu pecho una mancha de tuco vertida por un chorizo pomarola.
- o que estés de viaje, haciendo 1000 cosas en un día (en Bs. As., por caso) y la única camisa que llevás (la puesta) suelte un crescendo de olor a chivo.
- o que des cuatro vueltas a la manzana buscando un lugar para estacionar, encuentres uno a 500 ms del destino y cuando llegás a la puerta, se liberaron lugares como para estacionar una flota de camiones de circo.
En fin, así como "en las cosas simples está el verdadero sabor de la vida" (Criollitas dixit), en estas boludecitas residen muchas veces las caras que vemos por la calle.
Comentarios
Lo de la llave del baúl, antes que la grúa, lo podría ir viendo con un cerrajero ¿no le parece?
Bienvenido al mundo, amigo que un tiempo atrás adaptó admirablemente el cuento de Cortázar y el reloj pulsera...