Los ojos
Puta qué irónico. Me había dejado llevar por Osvaldo Bayer a través de su prólogo a "Operación Masacre". Y ahí estaba, en una composición extraña tenía el libro abierto sobre la computadora (también abierta, perpendicular) y ya sin ganas de una cosa ni la otra. No porque el libro no mereciera ser leído una y otra vez, sino porque llega una hora en que la cabeza quiere rendirse.
Y como ya no había nada de la compu que pudiera atraerme y -por más que se esfuerce el prócer en mantener mi interés- el libro quería volver a la biblioteca, empecé un proceso de cerramiento masivo.
Pero me detuve un instante a leer un cartelito de esos automáticos con que te escorcha windows: ¿desea cerrar todas las pestañas? Desea cerrar todas las pestañas. Eso viene a significar que tengo más pestañas que el par con el que creo contar. Por ende tengo más de dos ojos. Y la compu me pregunta si quiero cerrarlos todos.
Bien podría ser un insecto, una araña por ejemplo, o un monstruo del espacio. O acaso el programador de Windows se ha estado metiendo en cosas del hinduísmo, por eso del tercer ojo, del ojo interior, vaya a saber.
Y, en efecto, cuántas veces me dan ganas de cerrar todas las pestañas. Dormir, pero dormir en un sueño largo y completo, reparador de las superpuestas vigilias que implica estar despierto. Cerrar todas las pestañas, dejar de ver con las pupilas y con el alma, con las manos, con la nariz, con la intuición, dejar de ver lo que no está porque es futuro o pasado. Nos la pasamos viendo las ondas en el aire, viendo el porvenir de sombras y de luces, promisorio y sombrío, incierto pero materializado por los ojos que ven a la nada.
Cerrar todas las pestañas. Qué tentación. Y qué infierno.
Y como ya no había nada de la compu que pudiera atraerme y -por más que se esfuerce el prócer en mantener mi interés- el libro quería volver a la biblioteca, empecé un proceso de cerramiento masivo.
Pero me detuve un instante a leer un cartelito de esos automáticos con que te escorcha windows: ¿desea cerrar todas las pestañas? Desea cerrar todas las pestañas. Eso viene a significar que tengo más pestañas que el par con el que creo contar. Por ende tengo más de dos ojos. Y la compu me pregunta si quiero cerrarlos todos.
Bien podría ser un insecto, una araña por ejemplo, o un monstruo del espacio. O acaso el programador de Windows se ha estado metiendo en cosas del hinduísmo, por eso del tercer ojo, del ojo interior, vaya a saber.
Y, en efecto, cuántas veces me dan ganas de cerrar todas las pestañas. Dormir, pero dormir en un sueño largo y completo, reparador de las superpuestas vigilias que implica estar despierto. Cerrar todas las pestañas, dejar de ver con las pupilas y con el alma, con las manos, con la nariz, con la intuición, dejar de ver lo que no está porque es futuro o pasado. Nos la pasamos viendo las ondas en el aire, viendo el porvenir de sombras y de luces, promisorio y sombrío, incierto pero materializado por los ojos que ven a la nada.
Cerrar todas las pestañas. Qué tentación. Y qué infierno.
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