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Mostrando entradas de febrero, 2014

Apuntes colectivos N°123

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Escena muda. Unos segundos antes de embotellarse el colectivo, el nenito tropieza con la dársena de un hotel. Ella lo levanta de la capucha, como quien saca una bolsa de nylon que se le intrusó en el lavarropas. En el semáforo de la terminal vieja, la ventanilla por la que veo es el marco del umbral en el que se encuentran con una nenita, de unos cuatro años -campera larga, flequillo rollinga-, que está parada en un escalón. Ahora el nene empieza a saltar a la vereda. La mamá lo sienta, con el típico "te quedás ahí", y empieza a luchar dentro de su bolso. El nenito reprendido es todo un cliché: la cabecita gacha (con sus orejas como tetera), el labio de abajo salido para afuera, las manitos juntas y los pies inquietos. La nena mira un instante a su mamá y parece darle la razón. Después, algo secretea al oído de su hermanito, con la mano así, ahuecada. El nene mueve la cabeza y dice que no. Otra cosa se le ocurre, y el nene otra vez que no. La nena parece tomar aire y l

De bicicletas y de plazas

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 La plaza está cortada como una pizza,desde arriba se vería bien claro. A ras de la tierra lo que se ve son los senderos, aquí césped, por allá la calesita, para el otro lado el circuito de manejo de YPF. Son ocho porciones pero para cuatro personas, porque las perpendiculares son más gruesas en la mutilación que hace la plaza con las calles Mitre y Brown, en cuya unión placera se yergue la estatua no ecuestre de nuestro primer presidente (qué astuto garca este Mitre, que garca más determinado tuvimos).  La rubia del culito siempre nos da la mejor bici, la que le viene justo para la altura de mi niña. La madre en cambio te encaja lo primero que tenga ruedas, porque cualquier número de clientes mayor a uno  la desborda.   Yo me siento en el vértice de una porción, en general la más sombría y por eso menos transitada. Lara ya no necesita que le sostenga el asiento para lograr el equilibrio, eso ya lo incorporó, así que sale pedaleando ni bien le dan la bicicleta. Vengo pensando que e

Revistas

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Salí de cargar la tarjeta de colectivo. No me queda mucha plata para llegar al 28. Y venía a trabajar. Enfrente, un chico ruliento y en patas atiende su puestito de venta de revistas usadas en la puerta de la casa de su abuela. No pude resistir la tentación de darle al chico la felicidad de una venta. Es una felicidad que todavía recuerdo. Esa emoción de generar un dinerito, adonde cualquier moneda nos hace sentir prósperos. - Qué revistas tenés? El nene apenas puede articular palabras, sentado a la mesa de su negocito, frente a una enorme caja de cartón con $5 escrito con birome. - Ehhh son "Buena Salud" y también tengo una que se llaman "Utopía". Cuando estaba eligiendo mi revista salió la abuela. Y tuve entonces otra cara feliz. Y "ay qué alegría tenemos por acá" y "muchas gracias señor". Cinco pesos me costó una pequeña alegría para un perfecto extraño. Se me hace un nudo en la garganta. Me parece tan sencilla la felicidad ajena.