"Me cago en el Papa", dijo Lisa Simpson.
En un memorable capítulo de Los Simpsons, Lisa descubre, mientras elabora un informe sobre Jeremías Springfield - el fundador del pueblo -, que el sujeto venerado por la gente no era más que un pirata, un ladrón violento y mentiroso. Justo cuando iba a parar el desfile en su honor para revelar la verdad a todos, cae en una conclusión que la detiene. A último momento descubre que más allá de los datos históricos, hay en la figura del héroe un valor que se deposita en los ciudadanos, el que posiblemente los hace mejores, los impulsa a seguir un ejemplo, aun si ese ejemplo fue fraguado. Pienso en ese episodio mientras el Papa se encuentra en Rio, arengando a la feligresía joven a sacar la iglesia a la calle. Lo miro y no puedo dejar de ver al sujeto que combatió la libertad del artista León Ferrari, el que se opuso al matrimonio igualitario y el que quitó el amparo a un par de curas de su orden para dejarlos a merced de los desaparecedores de la dictadura. También veo en Francisco