Vuelvo al bondi
Leer en el colectivo es una forma de subversión de la realidad. Un cuento de Cortázar (en Historias de Cronopios...) habla de un tipo que trabajaba para la UNESCO y tenía cierta capacidad de abstracción. Un día veía sólo las cabelleras de la gente, otro los botones, al siguiente sus aparatos digestivos. Todo eso hasta que lo rajaron. Leer en el colectivo es un raro ejercicio de la misantropía. Superada la náusea que genera el esfuerzo por seguir las líneas con los ojos, un mundo distinto se abre ante uno. El mundo de las ideas, o las desventuras del Elfo Patata o un cuento de Andrés Rivera. Se desvanecen allí los hedores y los gestos, las frenadas y la mugre, toda la humanidad enlatada hacia algún lado, los minutos de espera, las miradas recelantes por la posesión de asientos. Reservo al final de los capítulos recobrar mi sentido de la orientación, echar una mirada a las alturas de las calles. Mirar a la gente que pide boletos de sobra, contemplar una forma agradable, dejarme ganar por