Maniqueísmo de campaña
Rara vez los villanos tienen (o tenemos) conciencia de sí. Será por eso que los malos de las películas nos parecen tan atractivos, su sensualidad no es tanto por sus ceñidos trajes de látex o su fino y oportuno sarcasmo, sino por esa admisión fanática de estar del lado del mal. Los guionistas, que necesitan mantener nuestra credulidad, se han ido corriendo de ese maniqueísmo, de ese blanco o negro muy propio del cómic, para traernos personajes buenos y malos con sus escalas de grises, haciéndonos pivotear con nuestra empatía, aunque finalmente tenga que quedarse con el héroe. Fuera de la ficción (siempre me pregunto si hay un afuera de la ficción, si de verdad hay una frontera que se traspone para quedar fuera de algún relato), la que es clara es la maldad, pero se encarna en portadores que se creen sanos. La astucia de la maldad es aparentar que no existe, o que, de existir, es tan inherente al género humano como el lenguaje. Es natural, hace al sentido común. Nadie hace lo qu