Al calor del verano
No gusta el verano, no. Nunca gustó verano a mí. Puede ser trauma de mi niñez de gordo. A los gordos no nos gusta la playa, sobre todo con nosotros expuestos en ella. Nuestra piel es blanca y codiciada por los rayos UV ; nuestras dermis se escaldan en modo camarón. Y después mi categoría Cadete de Conserjería, haciendo horario cortado y esos trámites bancarios de última hora en plena temporada de los '80 con la peatonal hasta las tetas y el banco que ni te digo. De andar por allí, San Martín entre Santiago y Santa Fe, viene seguro mi fobia a la asociación ilícita de olores que sale de los turistas. Olor a basura que exhalan las cocheras y los rincones oscuros de pizzerías y restaurantes. Olor a bronceador rayito de sol. Olor a perfumes de señora. Hedor a mierda de la mucha mierda que se escurre por debajo de la peatonal y golpea gaseosamente la nariz en las esquinas. Y Olor a Nivea y a café con leche derramado de a 200 tazas por vez para el contingente que sale. Olor a milanesa