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sonidos sin ton ni son

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Percusión: polilla vestida de telaraña que empuja su cuerpo contra el empapelado Viento: silbido fantasmal producido a 5 metros sobre el piso. Es el viento que pasa por un agujero en forma de pancho (que acaso nosotros mismos produjimos) en el vidrio de un tinglado abandonado donde jugábamos a la guerra con cascotes. Música para escuchar cansados, lastimados, cuando ya era tarde y debíamos volver. Cuerdas: las rejas del patio de casa, de donde me sostenía para aprender equilibrio sobre la bicicleta de mi hermano. Las tocaba con la punta de los dedos cuando creía haberlo aprendido. Sonaban a victoria. Chasquidos: todos ellos. Chasquido de fusta golpeando sobre el anca de un caballo. Chasquido alucinante y ensordecido de un corpiño que libera. Chasquido de lengua por la noche, al recordar un error o un olvido. Percusión otra vez: el postigo mal cerrado a la noche con tormenta. Cuerdas: el corazón que galopa por un chasquido. Percusión: Las gotas de la lluvia sobre la chapa. Jazz, dixiel

rutina

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Al calor del verano

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No gusta el verano, no. Nunca gustó verano a mí. Puede ser trauma de mi niñez de gordo. A los gordos no nos gusta la playa, sobre todo con nosotros expuestos en ella. Nuestra piel es blanca y codiciada por los rayos UV ; nuestras dermis se escaldan en modo camarón. Y después mi categoría Cadete de Conserjería, haciendo horario cortado y esos trámites bancarios de última hora en plena temporada de los '80 con la peatonal hasta las tetas y el banco que ni te digo. De andar por allí, San Martín entre Santiago y Santa Fe, viene seguro mi fobia a la asociación ilícita de olores que sale de los turistas. Olor a basura que exhalan las cocheras y los rincones oscuros de pizzerías y restaurantes. Olor a bronceador rayito de sol. Olor a perfumes de señora. Hedor a mierda de la mucha mierda que se escurre por debajo de la peatonal y golpea gaseosamente la nariz en las esquinas. Y Olor a Nivea y a café con leche derramado de a 200 tazas por vez para el contingente que sale. Olor a milanesa