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Mostrando entradas de noviembre, 2009

Viejo discurso del Sutrati

Corría el año mil novecientos noventa y pico. Convocado por la Asociación de Crotos Libres, encabezada en su anarquía moderada por el croto Pedro Ribeiro, diserté en dependencias de la Sociedad de Fomento "El Martillo"en mi carácter de Secretario General del SUTRATI, Sindicato Unificado de Trabajadores del Tiempo, acerca de la explotación a la que somos sometidos. Al cumplirse en algún momento un nuevo aniversario de aquella fecha incierta, reproduzco aquí algunos posibles tramos de mi discurso. "Compañeros. En nombre del Sutrati quiero agradecer a (siguen dos o tres agradecimientos) por esta invitación. Una jarrita con agua habrá? (...) Cuántas veces, mientras esperamos que nuestro hijo salga de la escuela o que abra por fin la bicicletería para preguntar un precio, nos decimos con un dejo de resignación mezclado con autosatisfacción por encontrarle una vuelta al infortunio de la espera, "bueno, hago tiempo un rato" con tal o cual cosa. Hacemos tiempo,

CARTA ABIERTA A LA SEÑO DE JARDÍN

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Querida Seño Eugenia: Te agradecimos personalmente. Pero decido escribirlo, acaso para poder expresar mejor la dimensión de este “gracias”. Todos hacemos lo nuestro. Cada quien con su ocupación, con su trabajo, hace lo mejor que puede. A veces ponemos más ganas, otras menos. Y por cierto los agradecimientos no abundan, no es más ni menos –entendemos- que la responsabilidad que nos toca. Pero a vos sí queremos decirte gracias. Porque de todos los trabajos que existen, el tuyo tiene que ver con nuestra mayor riqueza: nuestros hijos. Y cada día del año dijimos gracias. Hoy, ya en la despedida, juntamos esas gratitudes para que te las lleves, para que tengas constancia de vos misma, de lo que pudiste generar en cada una de nuestras familias. Son pequeños gestos, tal vez. Contarnos que “hoy le dolió la panza”, que “hoy no quiso hablar”, que “se siente triste”, que está contento. Pequeño reporte cotidiano de nuestros pequeños, desde alguien

Reflexiones sobre la lámpara

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Qué cosas. Pienso en las mil y una peripecias que he pasado por esa lámpara. Escalé montañas crueles y sin nombre, navegué aguas poseídas por demonios, degollé, soborné, seduje, traicioné, dejé mi peso en sudor en tres desiertos. Fue mi obsesión y sentido de la vida durante más de veinte años. Hasta que dí con ella en un pueblo cercano a Estambul. Ya no importa cómo ni cuando, fue un paroxismo. La lámpara de los 7200 deseos por fin fue mía una tarde plagada de arena. 7200 deseos. No tres, no siete, 7200. Con fruición enumeré al genio 5 deseos esa misma noche. El sexto fue volver a casa, aunque en rigor mi casa era otra, la había reemplazado por un palacio en medio una isla que emergió del mar en el tercer deseo. 7200. Y pensar que no puede superar los 45 (de los cuales los últimos 10 fueron verdaderas estupideces, debo reconocerlo). Acaso por la carencia absoluta de necesidades mi imaginación finalmente se atrofió. La ironía del asunto es que ahora no sé donde carajo la puse