Meter el perro



 Me obsesiona la suerte del bóxer de enfrente. Me entristece tanto verlo, que bajo las persianas que dan a él de modo consciente, no las bajo en automático, porque el automatismo de bajar la persiana incluye mirar el escenario que va a cerrándose. Bajo la vista mientras bajo la persiana, porque si miro enfrente veo al pobrecito perro y su malvivir, su aburrimiento perpetuo, su desesperación helada, su vana esperanza cuando oye a alguien moverse adentro, creyendo que le van a dar bola. A veces recorre la cárcel de su balcón, pero la mayoría del tiempo se enrosca en una silla plástica apilada sobre otras sillas. Entre la lluvia lo veo enroscado en la silla, con frío, con viento, a través de la neblina, el perro una rueda marrón sobre las sillas.
  Odio a los dueños del bóxer, les grito, aunque sepa que media entre ambos edificios una distancia de 30 metros, les grito entrenló hijos de puta, que se congela, para qué tienen perro si lo van a tener así. Les grito en la lluvia.
 Pero lo más triste es que yo también tuve perros afuera, tal vez con más espacio, pero afuera siempre. No puedo denunciar a esos vecinos sin autodenunciarme. Tengo a Polilla en la conciencia que me ladra detrás de los postigos entre los truenos. Y lo cuento y alguien, con toda justicia, me estará condenando.
 Diré en mi defensa que no sabía que estaba equivocado en mi concepción sobre los animales. Aprendí, descubrí sus sentimientos; vi videos, memes, posteos que me dieron otro enfoque, empatía.

 Los del departamento de enfrente son mi propio pasado. Y lo odio.

 Creo que pasa lo mismo con las cuestiones de género. Esta ola verde por la des clandestinidad de los abortos, el continuo machacar del lenguaje inclusivo, las marchas por el Ni una menos, nos fueron horadando a todes, porque no hay tozudez que no se rinda ante semejante militancia. A veces nos parece que se van a la mierda, pero basta repasar cualquier revolución de la historia, para caer en la cuenta que no hay proceso de cambio profundo sin excesos. Los habrán cometido las sufragistas, los negros afroamericanos, los fundadores del orgullo gay, los budistas suicidas de Vietnam. Más tarde o más temprano se ecualizan, se liman los bordes del movimiento y sedimentan los cambios. Evolución y revolución parecen un dueto que se complementa.

  Volviendo a mí, también estoy más atento a percibir lo que fueron mis propias desatenciones, mis micro o macros machismos. Eso me vuelve más severo con el otro/mi pasado, el otro/no deconstruído, el otro que no se aviene a abandonar lo que yo mismo fui. Porque entiendo que la contracorriente viene matando chicas.

Es la ardiente paciencia por los cambios por venir,
es la necesidad de revisar el ojo propio después de ver el perro ajeno.

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