La nena abanderada


A mí lo que me sorprende es la naturalidad con que mi hija L. se toma haber sido designada para llevar la enseña patria el 25 de mayo. Con mucha felicidad, obviamente, pero sin magnificar el hecho de que la haya elegido el cuerpo docente por su buen promedio. 
 Ir a la bandera es un cargo electivo. Para la bandera nacional hay un voto indirecto fundado en el desempeño escolar (se me ocurre que allí hay un paralelo en cómo las provincias designaban los senadores antes del '94, para formar parte de la Cámara Alta). En cambio, para la feaza de provincia rige el voto de los compañeros, sea por el carácter solidario del candidato o por una popularidad de origen incierto, que tanto podría estar basada en la eficiacia en meter goles, tener casa con pileta o la mera simpatía (podría ser como la conformación de la Cámara Baja; no se sabe del todo por qué se vota lo que se vota). Cuestión que mi pequeña podría ser abanderada de cualquiera de las dos, disculpen la jactancia.
 Cuando yo iba a la escuela, los tragas, los que más tarde -fruto del mucho consumo de series y dubujos norteamericanos- serían los nerds, constituían una casta muy especial, llevaban el guardapolvo más blanco y más planchado, usaban lapiceras Sheaffer o Parker y en la solapas brillantes escarapelas sólidas, de metal o de plástico, como las que usaban las maestras, y no esas cintas deshilachadas, que el resto comprábamos de emergencia. Se sentaban en grupo conforme lo indicaba su status (como sus contracaras de tiratizas impresentables que se ubicaban en los fondos) y se sorprendían afectadamente cuando les entregaban sus exámenes con verdes dieces rutilantes. Toda una opereta inmunda que comenzaba en los patios, al salir a respirar después de la prueba, cuando los muy hipócritas lloriqueaban el seguro fin de sus carreras, para que el resto de los mortales, sí sujetos a los vaivenes de nuestra  fortuna académica, debamos recordarles la imposibilidad estadística de que saquen menos de un 9. Todavía los veo allí, a Bertagno en la primaria, y a Huici en la secundaria, fingiéndose interlocutores del mismo destino que nosotros.
 No voy a exagerar, lo mío era ser del grupo de los 8 (con secuencias del tipo 7,7,8,8,8,9,9,8,6,8,5, 7 cincuenta) agraciado por las altas notas, desgraciado por las bajas, buscando el equilibrio y la supervivencia, con algunas reservas y algunos desbalances en la balanza de notas, en los que había de trabajar duro para pasar años sin que se caigan las materias.

 En cambio L. ni se da cuenta del fulgor de sus logros escolares, no es tema siquiera para ella, los toma como quien subiera el Aconcagua para ver si viene el colectivo. Eso es lo que me llena de orgullo. Más que las calificaciones y la distinción de elevar el pabellón patrio durante el himno, me conmueve su simplicidad, su don de gente, su extremada sensibilidad hacia el otro. 
Quiero tipas y tipos como ella para representarme.

Todos nuestros hijos son valiosos, cada cual a su modo. Yo voto por mis hijas.
Tenemos patria.

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