Abuso de poder

Alguien me dice que hubo un caso de abuso en una escuela.
Mi primer pensamiento es para el niño abusado. Imagino su debilidad, el daño que puede haber recibido en su cuerpo y en su alma. Me pongo en lugar de los padres, qué sentirán, qué harán, cómo será su cara cuando su hijo o hija les da indicios de haber sido vejado por un adulto.
Mi segundo pensamiento es sobre el abusador. Lo odio de inmediato, sea quien sea.
Mi tercer pensamiento es sobre la causa que habrá de iniciarse. Espero que se sepa la verdad cuanto antes, para que no se repita el hipotético abuso en otros niños.
Mi cuarto pensamiento es acerca de la posibilidad de error. Y como éste podría hacer estragos en la vida del acusado.
Mi quinto pensamiento es sobre la imparcialidad del juez. No de la justicia, que es otra cosa. Me pregunto si el tribunal que se ocupe tendrá o no lobbistas detrás de los cortinados para influir sobre la sentencia.

En Mar del Plata, daría la sensación que el orden de prioridades es otro. Pareciera que el primer pensamiento de la mayoría, es el que para mí va cuarto. Pero ni siquiera en eso coincidimos, porque se lo piensa muy diferente. Se piensa que hay una corriente de padres estúpidos, violentos y especuladores que son capaces de sacrificar a sus hijos (por su propia estupidez, por su afán de lucro o por sus deseos de desprestigiar a la Iglesia Católica) haciéndoles creer, metiéndoles en la cabecita que fueron abusados sin haberlo sido. Entonces sí, pobrecito el docente o el cura implicado. Hay quien dice que le vende el pan y  que el acusado siempre lleva vuelto. Otro que todos sus hijos fueron a tal escuela y nunca fueron violados. Y así. Salen expertos de abajo de las piedras a decir que el implicado "no se corresponde con el perfil psicológico de un abusador". Imagino que se refieren a que nunca lo vieron colocando un chupetín sobre una red de pesca mientras se bajaban los pantalones. A los pederastas y a los psicópatas, supongo, se los reconoce a la legua.
Nadie quiere pensar en la existencia de abusos, aunque los abusos -al menos en alguna parte del mundo- existan.
Nadie quiere creer que las instituciones religiosas escondan a los degenerados, aunque el Vaticano se haya ocupado de hacerlo todo el tiempo (ahora, sin googlear recuerdo a Monseñor Storni, llevado desde Santa Fe a una recóndita biblioteca de la Santa Sede; recuerdo el repentino cambio de obispo de Mar del Plata, cuando Arancedo se fue redepente, cuando la investigación sobre el caso Nuestra Señora del Camino llevaba a un muy muy muy amiguito suyo, el cura Martínez, a las proximidades del principal sospechado, el Profe. Melo Pacheco. Pero eso no debo recordarlo, porque este último fue absuelto y toda la causa desestimada y ahora es reivindicado por el diario La Capital como "otra víctima de la psicosis colectiva")

 Entonces, como no queremos considerar las cosas más horribles, toda voz que las señale se nos antojará falsa. El paradigma platónico de la cueva.

Ciertamente, si el acusado de abuso a menores resultare por fin inocente, es una enorme e irreparable tragedia. Se que las brujas de Salem no eran brujas pero igual fueron quemadas. Pero para eso está la justicia, para poner las cosas en esa balanza suya. Entre dos sujetos del derecho en pugna, debería considerar siempre el más vulnerable. En mi ciudad no, en mi ciudad -con la anuencia de los medios dominantes- lo primero que se debe salvar, aun antes de oir qué tienen para decir los querellantes, es el prestigio del docente y de la institución. Todos conocemos a la carísima Dra. Perelló, paladina de este tipo de casos. Sale por todas las radios, muestra sus atributos faciales y legales en el principal diario. Nadie mejor capacitada, nadie más demoledora con la contraparte.

 Antes de concluir, quiero recordar algo. Esta santísima y amante de la verdad, iglesia católica marplatense, montó, hace ya muchos años, una hermosa opereta.
 Resulta que un grupo de piqueteros, en 1999, tuvo la (poco feliz) idea de tomar la Catedral. Después de varias semanas, convocó a un bello personaje para que represente a un feligrés al que no le dejaban rezar. Fue entrevistado por el corresponsal de Canal 13, que justo justo pasaba por ahí. Después de su sufrido testimonio, el devoto y un grupo que venía por los pasillos, sacaron a palazo limpio a hombres, mujeres y niños que afeaban el templo.
El beato era Ricardo Oliveros.

Les pregunto, defensores de la docente del Colegio Gianelli, de qué no son capaces los que la representan legalmente. Por qué cerramos el debate antes de que sea abierto.
Yo tampoco quiero que sea verdad lo que dicen los padres de las criaturas. Sería horroroso.
Pero, ¿y si lo fuera?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Gracias !!!!! muy bueno!
Cristina ha dicho que…
Todos "sabemos", pero no todos quieren recordar. Gracias por tu excelente reseña y crítica de lo que pareciera ser, por momentos nomás, caso cerrado!